Este es el prólogo del libro Tiempo de tormenta, de Roberto Bennett, cuya presentación tuve el honor de hacer anoche.
La música en todas partes
"Play it, Sam” es la frase con la que Ingrid Bergman le pide al pianista, en Casablanca el bello tema “Según pasan los años”. Aquella frase ha marcado a fuego la película y ha trascendido más allá de la película y los actores, Humprey Bogart, incluido. La música de una película forma parte del ADN de un filme. Basta con hacer memoria, sin mucho esfuerzo, y recordar Verano del 42, El graduado, Guerra de las galaxias, Superman, o El Padrino, solo por nombrar algunos. Es decir, que con el pretexto de repasar la historia de la música de cine, nos podemos acercar a una parte de la historia del cine.
La década de 1960 es definida por muchos como una década prodigiosa. Una década que duró más de diez años porque cuando se habla de los ’60, también se alude a los fines de los ’50 y principios de los ‘70. Todos esos años fueron tiempos marcados por pequeños y grandes acontecimientos que han quedado grabados en la historia de más de una generación, desde el auge de los movimientos políticos, sociales y estudiantiles, la emancipación juvenil, el del consumo de marihuana y LSD, el amor libre, hasta París, mayo del ’68, Sartre, Mafalda, Los Beatles, Woodstok, Hare Krishna, la minifalda, el anticonceptivo y la Guerra Fría, entre tantos de una lista interminable. Una década donde la música fue clave. Justamente, Tiempos de tormenta es una novela que se construyó como un rompecabezas personal, donde las piezas provienen o tienen directa vinculación con la música. Porque la música acompañó momentos fundamentales de la vida del autor. Y, como ya se dijo, perfectamente se puede construir una historia, personal en este caso, a través de la música.
Roberto Bennet (Montevideo, 1948) tiene dos libros publicados recientes en Uruguay antes que esta novela, Chau Ginebra (2006) y Destino Mallorca (2008), y en ambos hace gala de lo mismo que se lee en Tiempos de tormenta: una profunda capacidad de observación. Si Bennett fuera un pintor, sería un detallista. Se preocuparía por mostrar hasta el último detalle de lo que ve, sin transformar su tela en una recargada y barroca imagen. Eso sucede con su literatura. Su relato es preciso y puntilloso, sin que eso se transforme en una agotadora sucesión de descripciones rebuscadas. Todo lo contrario. Lo que dice está al servicio de una idea. Sin poses ni erudiciones. Su propuesta narrativa ha sido reconocida con premios, menciones y publicaciones en Uruguay y en el exterior.
Todo lo que se pueda decir previamente de esta novela que Ud. tiene entre sus manos no servirá de mucho si no se lee. El sentido que tiene este texto: provocar al lector a transitar por estos sonidos tan particulares, que Bennett ha bautizado como de Berkeley pero que son muchos más, como si fueran un camino. O muchos caminos. ¿Cuánto hay de cierto en todo lo que aquí se relata? ¿Qué tan autobiográfica es la novela? Poco importa. Solo interesa la capacidad de armar una partitura, bajo la apariencia de novela, llena de melodías y canciones inolvidables que son el sello inconfundible de una época.
Jaime Clara
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