Texto leído, anoche, en la presentación del libro La danza de Shiva, de Juan Grompone, editado por Fin de siglo. Participaron, además, Raúl Gadea y Agustín Courtoisie.
Juan Grompone es ingeniero industrial, fue uno de
los pioneros en dedicarse a las telecomunicaciones y a la informática cuando
era novedad. Creo que su empresa, si mi memoria no me falla, se llamaba
Interfase. Se ha dedicado a la docencia y a la literatura, publicando
narrativa, libros de divulgación y ahora nos sorprende continuando un libro de
historia. Ha sido premiado y su talento narrativo elogiado.
Es riguroso e implacable a la hora de escribir y
opinar. Y, por sobre todas las cosas, nos ha demostrado con su producción
creativa, que no es complaciente con las modas o las orientaciones imperantes.
Y es por allí que, al menos en mi caso, accedo a Juan Grompone. Sé
que lo que me va a decir, en este caso la historia de las civilizaciones nada
menos, es extremadamente rigurosa y profesionalmente fundamentada.
Seguramente se lo deben haber dicho alguna vez,
pero yo a riesgo de reiterarlo, lo defino una vez más, como un hombre
renacentista. El hombre renacentista es aquel al que le gusta
aprender cosas nuevas, es extremadamente curioso y domina varias
disciplinas. El modelo de la categoría, fue sin dudas Leonardo Da Vinci,
aunque, quizás, una variante de ese sujeto renacentista, hoy le llamaríamos un
erudito, un sabio.
El mundo de las ideas, es un mundo complejo.
Vivimos en una época donde, aparentemente se pretende, antes que nada, que haya
un modelo imperante, y ese modelo parece dogma. Lo que no se ajusta o se alinea
a una forma de entender el mundo actual, se descalifica o se desecha. Se
invalida con argumentos tan falaces como tener los figurines atrasados, con
pensamientos obsoletos, con que lo de hoy está aggiornado. Hace
falta pensamiento crítico, hace falta debate, hace falta contraposición de
ideas.
A fines de los 90, leí un libro de un pensador y
filósofo argentino radicado en Canadá, Mario Bunge. El hombre tiene seguidores
y detractores. No he profundizado en su obra como para calificarlo, pero aquel
librito tenía que ver con el pensamiento crítico. Era una defensa y
un reclamo por la necesidad del pensamiento crítico en el cambio de siglo.
Bunge recordaba que el Homo Sapiens surgió hace nada más que 50.000 años, y que
el pensamiento crítico es mucho más joven: lo sitúa en Grecia y en la India
hace, algo más de 25 siglos. “Antes de ese evento –dice Bunge- toda la gente se
guiaba exclusivamente por la experiencia cotidiana o la fantasía
sobrenaturalista, ya religiosa, ya secular. Entonces nadie pedía pruebas de las
hipótesis con que se pretendía explicar la realidad. En particular, nadie osaba
dudar de las afirmaciones de los sacerdotes, chamanes, o gobernantes. Era la
época de oro de los poderosos, que se salían con la suya con sólo exclamar
“¡Síganme!”. Nadie les preguntaba por qué había que seguirles. (Esta es
una ironía porque ese era el slogan del momento para la reelección de Carlos
Menem).
Sigue Bungue, “el pensamiento crítico supera tanto
al mágico como al religioso, a las ideologías tradicionales, a las
pseudociencias y a las pseudofilosofías como la fenomenología y el
existencialismo. Todas estas doctrinas son dogmáticas. Por ello todas ellas
merecen la crítica del pensador riguroso. Por ejemplo, el pensador crítico le
exige al teólogo que pruebe la existencia de Dios; al neoliberal, que pruebe
que el libre comercio elimina la pobreza y que las elecciones bastan para
asegurar la democracia; al marxista-leninista, que pruebe que el Estado asegura
la socialización de los medios de producción y que la dictadura lleva a la
soberanía popular; al psicoanalista, que pruebe la existencia del alma trina e
inmaterial y del complejo de Edipo; y al fenomenólogo, que pruebe que, para
aprehender la esencia de las cosas, es necesario “ponerlas entre paréntesis”, o
sea, fingir que no existen fuera del sujeto, en lugar de investigarlas
científicamente.”
Me consta, luego de varias entrevistas y de tratar
de seguirlo a Juan Grompone, que si bien, tiene muy claras sus convicciones, y
una forma muy rotunda de entender la realidad, no se niega a la reflexión
crítica. Y, lo que para mí es más importante, en un autor como Grompone es la
honestidad intelectual. De entrada nos aclara desde dónde nos habla y nos
describe su método de análisis. El dicho popular dice que todo depende del
cristal con que se mire. Pues bien, en las primeras páginas del libro que estamos
presentado, el autor nos aclara cuál es ese cristal, para que no haya
malos entendidos.
Lo explica claramente: “intento desarrollar una
historia materialista de la humanidad. El protagonista principal es la cultura
material: la tecnología, las herramientas, la producción, la alimentación y la
evolución de la población humana. Considero que todo lo demás emerge de la
realidad material: las religiones, las ideas, la organización social, las
clases y también la lucha de las clases. La metodología materialista intenta
aplicar técnicas precisas y refutables en su estudio. Estos libros privilegian
los modelos matemáticos por encima de todo otro método. No puedo pretender que
mis modelos matemáticos sean otra cosa que una primera aproximación a esta manera
de analizar la sociedad humana. Pero así procede el método científico: cada
resultado es un peldaño para que otros construyan un nuevo escalón. Nunca se
pretende haber llegado a la verdad última.”
Insisto, erudito como es Grompone, conoce muy bien
los mecanismos de la divulgación. Y aún, desde esa perspectiva
“científico/materialista” como método de análisis, hace que la lectura de La
danza de Shiva sea amena y altamente pedagógica.
Espero no estar cometiendo una irreverencia si digo
que este libro, en varios de sus pasajes, me hizo acordar al pasaje titulado
“El amanecer del hombre”, que es el comienzo de la película de Stanley Kubrick.
“2001, Odisea del espacio”. Recuerdan, cuando el simio al comienzo, con un
hueso en la mano, que fue parte de su alimento para la supervivencia, termina
siendo un arma, con el que golpea y mata. Ese hueso, evolucionará
y también será herramienta, y con esas transformaciones llegarán las
diferencias entre una sociedad de iguales, y cuando llegan las diferencias,
donde unos tienen algo que otros no tienen, llega lo que se llama el poder y
eso modifica la organización social.
Esto mismo lo explica Grompone de esta manera. “La
historia humana es el camino recorrido por un grupo de mamíferos que
prolongaron su cuerpo mediante herramientas y esto los llevó a dominar la
Tierra. Esta conquista, sin antecedentes en la evolución de las especies,
exigió pagar un precio muy alto: la pérdida de la libertad, la igualdad y la
fraternidad natural. Los mamíferos poseen naturalmente estas tres calidades. Se
respetan mutuamente, son libres, son iguales y no se diferencian nada más que
por su capacidad de adaptación al medio ambiente. El animal humano, constructor
de herramientas, transmitió sus habilidades mediante la educación de sus descendientes.
La evolución humana a través de las herramientas es una variante nueva de la
evolución natural. Pero la tecnología de las herramientas les hizo descubrir
que poseían la capacidad de someter a sus semejantes en su provecho propio y el
de sus descendientes.”
¿Cómo era la vida sin propiedad privada, sin
dinero, con un ejercicio de la libertad que no conocemos y que nos puede
resultar difícil de imaginar? Parte de la provocación del libro es, justamente,
tratar de imaginarnos cómo era esa sociedad, cómo estaba organizada la vida,
antes de que se perdiera la igualdad, la libertad y la fraternidad;
antes que nacieran las clases sociales. Vemos cómo los elementos de poder
fueron cambiando y evolucionando: desde la importancia del agua, los alimentos,
hasta la fabricación de los medios de transporte. Toda la vida se fue
organizando y está impecablemente relatado y documentado.
La danza de Shiva es una obra
monumental. Ya nos contará Grompone lo que lo llevó a escribirla, y si no lo
cuenta hoy, pronto lo contará en Sábado Sarandi, pero lo que está claro, es que
visto desde afuera, se trata de una investigación ambiciosa, única, ilustrada,
sabia, que como me confesó Canalda hace un par de meses, es el libro que todo
editor quiere editar. Pero no porque se transforme en un éxito de
ventas, porque las cosas están tan pata para arriba, que
difícilmente este libro sea un best seller, sino por lo que prestigia tener a
La danza de Shiva en un catálogo.
Hoy mencionaba la honestidad intelectual de Juan. A
tal punto llega, que le agradece “a veces” la colaboración de internet para
este trabajo. Hoy estamos internet-dependientes. Google se ha transformado en
amo y señor de las consultas. Pero eso no es garantía de nada. El margen de
error que tiene la web es muy alto. Hay que saber buscar y navegar
para encontrar el dato cierto. Lo que ha provocado, es un debilitamiento de lo
que durante tantos años disfrutamos de los libros de referencia. Este libro que
estamos presentando esta noche, por la acumulación de datos e información y
estadísticas que maneja, también es un libro de referencia, de consulta. Como
cuando se tenía la Enciclopedia Británica para encontrar el dato que
necesitábamos, con la certeza de que era un dato correcto, también por ese lado
está la utilidad de este libro.
Con su método de análisis histórico, Juan Grompone
nos muestra una forma de analizar la historia de la humanidad. La
cara nociva de la globalización es que muchas veces, el tsunami del marketing y
del snobismo lleva a dar por verdades, teorías, que por lo menos son
discutibles -por lo del pensamiento crítico que decíamos hace un ratito- Una de
esas teoría es la del fin de la historia. Uno se siente tentado de continuar el
recorrido por los próximos tomos de La danza de Shiva, para acompañar la
historia de la humanidad, como lo describe en la introducción.
Grompone dice que el futuro no se puede analizar,
sino que se debe construir. Lo que nos permite, libros como éste, es que, en la
medida en que entendemos cómo fue el pasado, estamos en mejores condiciones de
construir un futuro mucho más justo, seguramente imperfecto, y procurando el mayor
grado de felicidad posible, porque como decía un amigo, no hay felicidad
completa.
Montevideo, 21 de noviembre de 2013
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