8 de octubre de 2012

Libro de Luis Fernando Iglesias

La presentación de un libro de cuentos como éste, es un acto de celebración. Para muchos, entre los que me incluyo, se trata hasta de un acto litúrgico.

La liturgia como forma con que se llevan a cabo las ceremonias en una religión, con rituales, ceremonias, donde se realiza el culto. Generalmente los mismos tienen lugar en templos. Y qué más templo de los libros que este donde nos encontramos, la Feria Internacional del Libro.


Pensemos el origen de palabra. El término liturgia proviene del latín liturgia (liturguía), que a su vez proviene del griego leitourguía, con el significado de «servicio público», y que literalmente significa «obra del pueblo»; compuesto por láos = pueblo, y érgon = trabajo, obra. En la historia griega, el concepto no tenía las connotaciones religiosas que hoy le damos, sino que hacía referencia a las obras que algún ciudadano hacía en favor del pueblo. Obras de variado tipo, desde construcciones, hasta acciones a favor de la comunidad.

Yo me pregunto, ¿qué es la edición de un libro si no una obra a favor del pueblo? ¿No es un aporte a la comunidad por parte del escritor, inventar historias, crear mundos, generar un estilo y un modo de contar relatos, para que los receptores de esas historias compartan lo que allí se cuenta? Así que, señoras y señores, esto es un acto litúrgico.

No exagero, ni me equivoco, en señalar que quienes estamos aquí lo hacemos por devoción al libro, por devoción a los libros. No les voy a explicar a ustedes la función social y cultural de la literatura en la vida de los pueblos. Pero si quiero introducir algunos conceptos vinculados al tema.

En un interesantísimo ensayo publicado en la prestigiosa Revista de Occidente, el intelectual español Francisco Ayala, hablando de estos temas, escrbió:

Entrevistando a Iglesias y al escritor Pablo Silva
en la Feria del Libro
“Los palacios barrocos y las catedrales góticas que tantos turistas visitan en nuestros días, las vasijas griegas o chinas que admiramos en los museos, fueron fabricados –con arte- para servir a usos perfectamente definidos, aunque el decoro suntuario constituye su adorno añada una intención de prestigio a favor de la estructura de poder en la correspondiente sociedad, y envuelva, en relación con tal propósito, un elemento de placer lujoso. Este último pasará a primer término en aquel arte, incluso el literario, cuya función capital sea recreativa. Sirve de diversión este arte, en un sentido u otro, a quienes puedan darse su lujo, que no necesita ser magnífico, como en el caso del gran señor; puede ser también el lujo modesto de la gente menuda. Desde la orquesta de cámara que se coste un príncipe melómano hasta el disco de rock’n’roll en que se gasta el estudiante su dinero del domingo, la escala es por demás amplia. Ahora bien –sigue Ayala- dentro del conjunto de las artes, el caso de las literarias, es notoriamente el más complicado. La literatura se hace con palabras y la las palabras con signos, comportan ideas que nunca tienen esa neutralidad relativa de los materiales con que el pintor pinta su cuadro y el escultor esculpe su estatua. Si en todo caso, el arte puro es una aspiración inalcanzable, la poesía pura es, desde luego, empeño desesperado. En la expresión estética lograda mediante formas literarias se alojará siempre un elemento intelectual cuya eliminación completa, si posible fuese, haría fútil del todo la obra misma. Y ese elemento intelectual es perturbador, porque lo que pudiéramos llamar contenido racional de la literatura compite en su propio derecho con la forma artística, disputándole el interés de los lectores. Estos reciben simultáneamente con la impresión estética un mensaje intelectual que no consiente el mismo grado de subordinación a que otros materiales se someten, pues su importancia para la calidad de la obra resulta decisiva. El mensaje podrá disimularse, adelgazarse deliberadamente, y llegar a ser muy tenue; pero puede también alcanzar en cambio una intensidad enorme, acrecentada por las virtudes de la expresión poética. La literatura, pues, no solo suscita emociones estéticas, sino que transmite siempre, a la vez, una explícita interpretación de la realidad”.


En este texto –que me excuso por su extensión- se introducen una cantidad de elementos que me parecen interesantes a la hora de generar conceptos en torno a la literatura, en torno al arte en general: nos da la idea de entretenimiento, de búsqueda, de cosa artesanal que tiene producir arte. Nnos explica que la literatura es, siempre, una interpretación de la realidad. Son todos elementos clave que se juntan a la hora de crear. Sea desde un cuadro o las vasijas griegas o un cuento o una novela. Y me parecía interesante que puedan estar en nuestra cabeza a la hora de vincularnos con cualquier obra artístistica.



Muchas veces estas tareas artesanales surgen casi como un hobby, con una dedicación limitada en el tiempo, de a ratos, sin embargo, en algún momento de la vida de creativa, esa artesanía asume otro papel, y se hace esencial. Lo que era una actividad de “de segunda” entendida ésta como no prioritaria, adquiere una dimensión que no estaba prevista. Y ese trabajo artístico, se transforma en el principal motor del artista, del escritor, del artesano. Es lo que le pasó a Luis Fernando Iglesias, que a confesión de parte, dijo en una entrevista, que en sus comienzos “escribir no dejaba de ser un juego. Hoy es una profesión que trato de hacer, como todo en la vida, lo mejor posible. Me gusta pensar que, dentro de lo que escribo, está lo mejor que puedo dar. Si es así, cuando termino un cuento, soy un tipo un poco más feliz.”

Para mí, en literatura, no existe la llamada “escala del burro”, que para quienes no la conocen, es el ascenso en una oficina por antigüedad, independientemente de la calidad de su desempeño. Un escritor no se legitima con los años, sino que se hace en función de la calidad de sus libros. Comparado con otros escritores que tienen más años de vida y más libros publicados, Luis Fernando Iglesias ha demostrado rigor, precisión y exactitud a la hora de escribir. Sus libros lo muestran como uno de los cuentistas más destacados de su generación.

 Quiero destacar lo de cuentista. Porque es un género que, aunque no en desuso, no es el que abunde en las góndolas de las librerías. No voy a lamentar aquí la poca disposición de los editores y las editoriales a publicar ficción, cuentos, y poesía, porque estamos en la casa de Estuario y de la Editorial HUM que nos ha demostrado un compromiso inusual con estos géneros que algunos iluminados decretan que no se leen o que no se llevan bien con el mercado. Así que por este motivo, también, esta publicación merece ser destacada y celebrada como corresponde.

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