Me decidí lentamente, velozmente recordé a aquellas plantas que conservaban rostros y alas como si fueran santos o pájaros. Avancé con los ojos cerrados, bien abiertos; corrí, no por retroceder.
Me agarré a la primera hoja que se me tendió; los pies empezaron a hundirse; entonces todo fue más veloz, se me cayó la túnica, las hojas crecían con rapidez.
Yo ya era una rama, una retama; vi que casi, era, ya, una rosa. El viento me mecía suavemente. Pero, a la vez estaba bien fijada a la tierra.
Así fue que morí de niña en aquel misterioso lugar de la huerta.
Marosa di Giorgio (1932-2004)
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