Con el título "30+2" se inauguró una exposición retrospectiva de Horacio Guerriero en el Subte Municipal (18 de Julio y Julio Herrera y Obes), un artista muy conocido por sus caricaturas pero que va más allá de ellas.
Enorme, como si estuviera a punto de estallar, la gorda Carlota Ferreira -la que destripó a la familia Blanes- lleva tatuados en ambos brazos los nombres de sus dos víctimas. Pero esa broma sobre el mayor retrato de la historia de la pintura uruguaya es apenas un ejemplo del abanico de buen humor que Horacio Guerriero (Hogue) abre desde el jueves pasado en el Subte Municipal de la Plaza Fabini para regocijo del visitante.
En el desfile de sus personajes figuran ejemplos de singular puntería, como Juan Carlos Onetti metido en su lecho de hojas impresas, la cara de Pavarotti hipertrofiada como una cabeza olmeca, Roosevelt ofreciéndole el planeta a Stalin por detrás del bulldog Churchill, el cigarro de Hitchcock convertido en caño de revólver, Mussolini chorreando sangre, Torres García atravesado por un pincel, Tabaré encaramado al caballo de Artigas junto a Mujica sobre el asno de Sancho Panza, Florencio Sánchez ensartado por una pluma, Paco Casal coronado de espinas.
Allí Hogue se luce como caricaturista, aunque es bastante más que eso. En esta retrospectiva lo demuestra con la formidable turbulencia de algunos dibujos y pinturas (mutantes, apocalipsis) a los que aplica su virtuosismo, desencadenando una fantasía orgánica que vuela junto con las figuras representadas, dejando constancia de la libertad de su imaginación cuando no está atada a un motivo concreto. Hace años que el artista confirma estar más allá del territorio satírico de sus viñetas, a las que impone su don para atrapar el parecido con el modelo y la gracia para crucificar al implicado en circunstancias reveladoras, como los tiburones políticos en torno a la banda presidencial que ha caído del bote del mandatario de turno.
No parece muy feliz decir que Hogue resulta más serio que la diversión emanada de sus caricaturas, pero sin embargo así es. Lo prueba la narizota enrojecida que domina la cara de Manuel Espínola Gómez en un ejercicio de portentosa identificación con el sujeto, donde se transparenta una exploración profunda del personaje elegido. La muestra reúne composiciones en óleo, acrílico, pastel, tinta y lápiz junto a trabajos resueltos con medios digitales, que en buena medida han figurado en publicaciones uruguayas donde se desempeñó como ilustrador. La personalidad de Guerriero integra así una gran generación de caricaturistas nacionales en la que aparecen colegas como Arotxa o Satut y que ha mostrado el semblante más sabroso de la historia política y cultural de este país.
En su caso son más de treinta años de tarea gráfica los que confluyen en el despliegue del Subte, a lo largo de los cuales Hogue -según propia definición- ha sido dibujante, pintor, diseñador, comunicador y publicista, en su itinerario por los variados ámbitos donde trabajó. Allí, como él mismo lo sostiene, se propuso el objetivo de "llegar a donde no llegan las palabras". Le conviene saber que lo ha logrado, a veces con el filo que le permite encarnizarse ante celebridades y a veces con un dramatismo inesperado para quienes festejan sus obras burlonas. En todo ese arco están presentes su sensibilidad, su intención y su maestría. Artículo de Jorge Abbondanzza en El País.
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