El dibujo que permanece*
Jaime Clara
Jaime Clara
Harold Ross fue el fundador de The New Yorker y Rea Irvin, su director de arte. A finales de la década de 1920 plantearon un nuevo modelo de publicación en el que integraron, al artículo periodístico, el humor, a través del aporte sutil de la línea y el dibujo. La propuesta fue un éxito. Siempre resultó imposible calcular el número de lectores que miraban primero los dibujos, para luego ingresar a la lectura de las notas. La necesidad de la ilustración en revistas de gran tiraje, permitió que el trabajo gráfico, o el dibujo humorístico, pasaran a formar parte de la función periodística tradicional. Esto llevó a los dibujantes de periódicos a explorar terrenos insospechados de su imaginación. Uno de los nombres emblemáticos de la época es el de Saul Steinberg, nacido en Ramnicul-Sarat (Rumania), considerado el padre de la caricatura norteamericana moderna.
Estudió psicología y sociología en Bucarest y arquitectura en Milán. “Los estudios de arquitectura son un magnífico entrenamiento para hacer cualquier otra cosa menos arquitectura”, declaró en una entrevista. Durante la Segunda Guerra Mundial dibujaba caricaturas antinazis y copias de sus tiras cómicas, con representaciones de Adolf Hitler y Benito Mussolini, fueron distribuidas y publicadas en periódicos de la resistencia. En 1941 huyó de Italia hacia los Estados Unidos con un pasaporte que él mismo había falsificado. No le fue bien: fue deportado junto a otros refugiados rumanos que también huían de Europa, a República Dominicana. Desde allí envió sus primeros trabajos a The New Yorker. Fue en esos primeros dibujos, muy simples, casi infantiles, donde se le comenzó a señalar su habilidad para captar los rasgos más característicos de la cultura popular norteamericana. Siempre conservó sus raíces europeas, lo que con una prudente distancia, le facilitó una perspectiva crítica en su propuesta plástica. Con prestigio llegó definitivamente a Nueva York y en 1943 logró la ciudadanía estadounidense.
En julio de 1958, Alejo Carpentier, como crítico de arte en su columna Letra y solfa de El Nacional de Caracas, escribió que “la caricatura ha rebasado el mero chiste, el chiste ilustrado –a la manera inglesa o francesa- para hacerse un instrumento de indagación, de revelación. Quien haya hojeado sus últimos libros habrá observado que, del terreno de los seres humanos, la caricatura de Steinberg ha pasado al terrero de las cosas, a la crítica de los objetos, de los vehículos de los artefactos y máquinas que han invadido la vida cotidiana del hombre.” En aquel momento el dibujo norteamericano logró una calidad de factura y de contendido difícil de igualar. El trabajo del artista reflejaba influencias y motivaciones personales, incluso intereses políticos y estéticos. Encaró la sátira gráfica como un arma contra la hipocresía, como una idea para describir la condición humana y un medio de diversión. En más de una ocasión apareció en fotografías con una bolsa de papel cubriendo su cabeza, sobre la que dibujaba la caricatura de un rostro sonriente que reflejaba, según él lo que hacían los estadounidenses “fabricar una máscara de felicidad para ellos mismos.”
Icono neoyorkino Por su calidad artística fue comparado por algunos críticos con Pablo Picasso o Joan Miró. En el terreno plástico reconoció influencias de Georges Seurat, Paul Klee, de la pintura egipcia, o del cubismo, aunque dijo que, con frecuencia, se inspiraba en el arte más denostado, el que adorna las paredes de los baños públicos. Su trabajo se considera un aporte a la historia del arte moderno y sus obras figuran en los museos más importantes. Simples pero profundos dibujos a tinta china y acuarelas que mostraban animales levemente grotescos y horrorosos, así como cocodrilos arrastrándose por las calles de la ciudad, figuras mitad animal y mitad ser humano, y rascacielos distorsionados. A medida que su estilo se tornó más abstracto, sus dibujos se llenaron de letras, números o signos de puntuación.
Realizó ilustraciones para afiches con imágenes típicas de Nueva York y sobre aspectos emblemáticos de la cultura norteamericana. El edificio Chrysler, el “Tío Sam”, la Estatua de la Libertad y Mickey Mouse, entre otras, se repiten con frecuencia en sus obras, por lo que se transformó en un auténtico icono de la gran manzana. Más de una vez se lamentó porque que era presentado como el “hombre de los posters”.
“Uno de los problemas al escribir acerca del ingenio de Steinberg es precisamente el hecho de que sus dibujos lo consiguen mejor de lo que las palabras nunca lo harían; es un artista de nuestro tiempo que ha encontrado nuevos modos de convertir la propia palabra en una imagen de su significado”, dijo el destacado crítico e historiador de arte, Ernest H. Gombrich.
El citado artículo de Carpentier finaliza con una afirmación contundente: fue Saul Steinberg quien llevó a la caricatura a ser considerada como una de las bellas artes. El dibujante rumano-norteamericano murió el 13 de mayo de 1999, en la ciudad que lo adoptó, Nueva York.
*Artículo publicado en "El País Cultural" el 1º de agosto de 1999.
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