9 de mayo de 2012

Caloi (1948-2012)


El Cine Artigas

Elogio de la maragatería (3)


Cuando uno va al cine, como espectador no reflexiona sobre el hecho estético del cual es testigo. Uno va a vivir un momento mágico con un arte maravilloso, que le permite acceder a una narración, a una ficción, a una película que le dejará mayor o menor contenido, o simplemente a entretenerse por algo más de una hora y media.

La narración que supone cada obra del arte cinematográfico, es única. Pensemos que una película es una sucesión de planos, de fotogramas, de imágenes sueltas, de escenas, que luego el director junto a todo su equipo de montaje, logrará unir, con ritmo, con criterio, con ideas, con afán expresivo, con el objetivo de armar una historia, interesante, sensible, con sentido.

El cine es un fenómeno de la comunicación y un hecho estético, conceptos que, reiter, - en general no tenemos en cuenta. El autor italiano Mario Pezzela, reflexionó, en un trabajo de hace algunos años, en la importancia del montaje y la temporalidad cinematográfica y se acerca a la existencia de un cine espectáculo y un cine crítico. Además integró el análisis de la relación entre la imagen cinematográfica y la fotografía, la distancia entre el argumento y el significado, entre otros aspectos interesantes. No se trata de un libro para entendidos, sino que es un manual accesible para aprovechar aun más del contacto con el séptimo arte.


La lectura de este trabajo me provocó inevitables recuerdos. Aunque me confieso como poco cinéfilo, afloraron, como en una película, una cantidad de imágenes vinculadas a un portentoso lugar que ya no está en la ciudad.

Y ya que de confesiones se trata debo decirles cada vez que llego a San José, e ingreso a la ciudad por Luis Alberto de Herrera, doblo en 25 de mayo hacia la Plaza Treinta y Tres, busco el cartel vertical que anunciaba la presencia del “Cine Artigas”. Aunque no vivo en San José, siempre sentí la falta del cine Artigas como una ausencia grave en la ciudad, sin que esto sea una crítica a los esfuerzos que siguieron y que procuran hoy exhibir películas.

Desde la desaparición del Cine Artigas, y la ciudad sufrió la ausencia durante un tiempo de una sala de proyección, los maragatos sentimos que faltaba algo muy importante. Tener una sala de cine de estrenos es estar conectados con parte de la cultura del mundo.

Siempre era un descubrimiento encontrar los afiches gigantescos de las películas en los tres o cuatros paneles de paño verde cuando uno transitaba por aquella cuadra. Todavía hoy recuerdo que en esa sala vi la película con la que más me reí y divertí. Fue en 1976 y la película era “Agárrame si puedes” (1954, director Mai Zeiterling, con Danny Kaye). Hoy me entero que ese reestreno fue el más visto durante todo el año en Montevideo, superando en recaudación al exitoso “Tiburón” de Steven Spielberg.

En esa sala estaban los clásicos “Martes populares” donde pasaron desde excelentes películas de la mejor historia norteamericana o europea hasta las más bizarras experiencias de la voluptuosa Isabel Sarli o las películas de Olmedo y Porcel. Y qué decir de las tardes de domingo con las “matinees” donde se integraba un variopinto programa con la última película de Palito Ortega, “La novicia rebelde” y alguna de vaqueros. Por suerte muchas veces se colaba alguna película de Abbot y Costello. Quizás esas tardes domingueras eran parte de una jornada muy tranquila o un gran recreo que comenzaba a las 15 hs. Dependía si veíamos a Carlitos Balá, Gaby, Fofó y Miliky , una de John Wayne o Boris Karloff. En los intervalos estaban los vendedores de panchos, maníes, refrescos y otras vituallas o “tentempié” que nos permitían llegar hasta las 20 hs. en el que se encendían las pálidas luces que nos indicaban que el viaje por los sueños, había finalizado.

Quizás estas reflexiones puedan surgir cuando se ve una película como “Cinema Paradiso” (de Giuseppe Tornatore,1989, con Philippe Noiret), donde se denunciaba la demolición de un viejo cine y el director rememoraba su infancia y los momentos allí vividos en compañía del entrañable responsable de proyectar las películas. Aunque el Cine Artigas no se demolió, el edificio está allí. Desde algún momento, su lugar pasó a ser ocupado por la timba y los juegos de azar. El cine fue desplazado por la ludopatía. Por lo menos, nos queda el recuerdo de todo lo vivido y lo soñado en aquella sala de la calle 25 de mayo “a pasitos de la Plaza Treinta y tres”, como diría la locución de Gerardo Sánchez.

8 de mayo de 2012

Poeta Ernesto Cardenal

Ernesto Cardenal (Nicaragua, 1925) -Premio Reina Sofía de poesía 2012

Tomarse con los brazos el uno al otro,
dándose cada uno a los brazos del otro.
Qué diferente sentirte dentro de uno
que sentirse uno solo dentro de uno
es decir, vacío.
¿Será que es soledad tu abrazo
y tus besos sólo sed?
Me parece oírte que de mí no te sacias nunca.
Yo que fui antes buen catador de amarguras.

3 de mayo de 2012

Ministro del Interior Eduardo Bonomi


Los sonidos de la aldea


Elogio de la maragatería (2)

LOS SONIDOS DE LA ALDEA

Como que han desaparecido. Uno ya casi no los escucha. Fueron compañía en remolonas mañanas o en siestas calientes. Sin embargo, están en vías de extensión: los gritos y sonidos callejeros. 


En un artículo periodístico, el escritor chileno Jorge Edwards dice que “en el inventario de los desastres ecológicos tenemos que incluir la desaparición, o la cuasidesaparición , de los pregones callejeros. La voz humana, con su entonación, su ritmo, su rima, su picardía, su invención permanente de lenguaje, ha sido reemplazada por automóviles, buses trepidantes....”.

Vivimos asediados de escapes libres y demasiados motores. Mucha ensordecedora moto. Mucho ruido, ruidoso y molesto.

Antes que nada se debe reconocer que San José de Mayo es de las ciudades que tiene una marcada identidad sonora. Esa lista es encabezada con orgullo y señorío por las campanadas de la Catedral. Cada cuarto de hora aquella sonoridad recorría todos los rincones de la ciudad. Ni qué hablar cuando en alguna festividad religiosa, los domingos –a veces demasiado temprano- enloquecidas campanadas nos despertaban. Uno creció y se acostumbró a ellas. Hoy, para los que estamos lejos, se las extraña.

“Tiene un silbido amargo/como un cuchillo largo/corta la niebla” escribió Mercedes Rein y Jorge Lazaroff le puso música a El Afilador. También la ciudad fue testigo del sonido agonizante de la armónica de aquel hombre de gorra, bigote finito, barba siempre desprolija, que venía en bicicleta. Los niños que jugábamos en la calle lo mirábamos extrañados porque parecía que el sonido le salía de soplarse los dedos. El afilador, que siempre aparecía los sábados de mañana, se anunciaba con su agudo silbido. Hay menos silbidos, hay menos afiladores.

En las tardes hirvientes de verano, cuando el necesario sueño de la siesta se adueñaba de todo el barrio, todavía resuena en el recuerdo el heladero, o dos, o tres que como se acercaban se alejaban, informando permanentemente de su paso cansado y cargando el frío mensaje de su mercadería.

Hay una costumbre que se ve en las películas pero que nunca escuché, ni en San José ni en ningún otro lugar: la de los vendedores de diarios voceando los titulares de las primeras planas. Pero sí, los canillas anunciando su presencia. No sé si sigue bicicleteando, pero Don Herrera –creo que ese era su apellido-, el diariero, pregonaba todos los domingos con su peculiar “...diario....diario....diariero....diarioooooo....” y paraba en cada puerta, en cada zaguán, que franqueaba para entregar el ejemplar. Siempre era recibido como uno más, con familiaridad, con afecto. Su santo y seña era suficiente.

En los tiempos modernos tienen una mención especial “la columna polidireccional” y los carritos altoparlantes. Estos últimos siempre inoportunos, con ofertas de ocasión o anunciando, en forma demasiado ruidosa, estruendosos bailes. La “columna” –uno de los escasos ejemplos en el país, que en Argentina se llaman “propaladoras”- fiel compañera en la Plaza Treinta y tres, que los transeúntes no atienden y los vecinos padecen. Pero que cuando el silencio manda, se evoca con nostalgia.

Y ya que hubo una mención a los bailes, los sábados a la noche –madrugada del domingo- siempre fue muy difícil de sobrellevar la estridencia de los parlantes del “Club Treinta y tres” en la vieja Yaguarón para quienes vivíamos frente a la Plaza 4 de octubre. Y si el viento estaba para este lado, escuchábamos fielmente los sonidos que provenían del Club Centenario.

Hoy, que uno está lejos de ellos, siente cierta añoranza de esas creaciones urbanas. Quehaceres de una ciudad que siempre se lleva en el corazón y en la memoria auditiva.

Los espacios son todo en la memoria


Elogio de la maragatería (1)

LOS ESPACIOS SON TODO EN LA MEMORIA

El San José de hoy no es el mismo de ayer. Muchos cambios han hecho mucho más funcional y moderna la ciudad. San José mantiene los mismos olores, las mismas luces, los mismos ritmos. Eso hace que quienes nos hemos alejado todavía, cada vez que vamos, nos sigamos sintiendo en casa. 



Claro que no todo es color de rosa. Seguiremos lamentando por siempre la destrucción infame de los bancos con cerámicas españolas que rodeaban el monumento de la Plaza “Treinta y Tres” en un atentado evidente a la memoria y al patrimonio local. También se extraña la fuente de la Plaza “4 de octubre”, que aunque reconozco que plásticamente dejaba bastante que desear, era bastante más digna que cuatro piedritas húmedas. Sería deseable que alguien se hiciera responsable de esos cambios, porque ese tipo de decisiones inciden directamente en la memoria y en la identidad de los pueblos. 

En su libro de memorias, el escritor argentino Juan José Sebreli*, escribe que “donde todo cambia, algo deberán permanecer porque los lugares de una ciudad son hitos que sirven de orientación y reconocimiento de sus habitantes en el espacio y en el tiempo. Afirman, por otra parte, el sentimiento de identidad y continuidad del sujeto al trazar una trama durable ante la discontinuidad y la fragmentación provocadas por el paso del tiempo y los cambios incesantes. El recuerdo de lo que fuimos es inseparable de la conciencia individual, así como la historia lo es de la conciencia social.” ¿Cómo cuida la ciudad y su gente, el paso del tiempo? ¿Cómo lo preserva? O mejor dicho, no le carguemos a “la ciudad” como una entelequia, sino ¿qué autoridades se hacen responsables de estos actos?

Me pregunto, ¿qué proyecto de ciudad tiene San José? La llamada “Plaza de colores” tiene algo que ver con la identidad local? Insisto con el nombre de la Calle “Ciudad de Astorga” (actual Batlle y Ordóñez) ya que privó a la ciudad de la designación de una ciudad íntimamente ligada a los orígenes fundacionales de 1783, además de violar, con el imprudente cambio, un acuerdo internacional con la española y maragata Ciudad de Astorga. ¿La fachada de la vieja Confitería París no podía haber quedado como antaño como para embellecer el entorno del centro de la ciudad respetando un frente histórico frente a la plaza principal? 

“La memoria, extrañamente no registra el transcurso del tiempo y solo en y por el espacio se recuperan los recuerdos (...) El espacio es todo en la memoria. No recordamos nuestra infancia, día a día, circulando en el transcurso de un tiempo continuo, siguiendo el hilo de un relato histórico, sino sobre el fondo de una duración ilusoria y abstracta compuesta por una serie indiferente de instantes sin fecha, pero localizados en el espacio. Es decisivo, entonces, para la subjetividad, evocar las casas y los cuartos donde se ha estado, los espacios vividos, los espacios íntimos, los espacios amados, los espacios, tal vez, soñado, aun los espacios donde se ha sufrido ya que la distancia todo lo enternece.”

Esta última afirmación de Sebreli es justamente la motivación de este artículo. La distancia (en nuestro caso unos tristemente lejanos 92 kms) nos hace ver y sentir a San José con nostalgia y muchas veces, con dolor de lo que ya no es. (Artículo publicado hace algunos años en el diario Primera hora.)

* “El tiempo de una vida” de Juan José Sebreli. Ed. Sudamericana. Buenos Aires, 2005.

1 de mayo de 2012

Prólogo para el libro de Raúl Ronzoni y Mauricio Rodríguez


Algo más que preguntas y respuestas

Este libro permite varios abordajes. Se puede leer desde el interés que despiertan los personajes entrevistados, los temas que tratan, el criterio con que los periodistas los reunieron en este libro o, incluso, desde la vindicación de uno de los géneros periodísticos más fascinantes como es la entrevista.

Según el periodista argentino, Jorge Halperin, “la entrevista es la más pública de las conversaciones privadas”. También dijo que no “sería descabellado calificar la entrevista como una conversación absurda en la que una persona (pública o no) es interrogada por un desconocido que le hace muchas veces preguntas íntimas o comprometidas esperando que él responda con revelaciones que normalmente les niega, incluso, a muchos de sus conocidos. (…) El diálogo periodístico es también la oportunidad de tener una fuente única a nuestra disposición, mejor dicho a disposición de la habilidad que tengamos para construir un vínculo que nos permita obtener del sujeto toda la información que buscamos, lo voluntario y también lo involuntario, incluso trabajado con sus medias palabras.”

Pero también hay otra visión, bastante más crítica que las citadas. Es la del escritor checo Milán Kundera que calificó a la entrevista como “el fascismo de las preguntas” Escribió Kundera como definición de entrevista en su libro “Los papeles traicionados” “¡Maldito sea el escritor quien primero permitió a un periodista que reprodujera libremente sus comentarios! Dio inicio al proceso que no podrá sino conducir a la desaparición del escritor: el que le hace responsable de cada una de sus palabras. No obstante, me gusta mucho el diálogo (forma literaria superior) y he quedado encantado de muchas conversaciones reflexionadas, compuestas, redactadas en colaboración conmigo. Por desgracia, la entrevista, tal como suele practicarse, no tiene nada que ver con un diálogo: 1) el entrevistador hace preguntas interesantes para él, sin interés alguno para uno mismo; 2) no utiliza de las respuestas de uno sino las que le convienen; 3) las traduce a su vocabulario a su manera de pensar. Siguiendo el ejemplo del periodismo norteamericano, no se dignará siquiera a hacer que uno apruebe lo que él le ha hecho decir. Aparece la entrevista. Uno se consuela: ¡la olvidarán! ¡Qué va! ¡La citarán! Incluso los universitarios más escrupulosos ya no distinguen entre las palabras que un escritor ha escrito y firmado y sus comentarios transcritos. Hace un tiempo tome una decisión: nunca más una entrevista. Salvo los diálogos, corredactados por mí y acompañados de mi copyright. A partir de esta fecha todo comentario mío de segunda mano debe ser considerado como falso”.

Ni tanto ni tan poco. Prefiero la cita de Gabriel García Márquez, de que se trata del “género maestro, porque en ella está la fuente de la cual se nutren todos los géneros periodísticos”.

Bajo el común denominador de vidas bien vividas, los periodistas Raúl Ronzoni y Mauricio Rodríguez recogen en este libro los testimonios de diferentes personajes uruguayos que tiene mucho para decir. Ante todo, lo de vida bien vivida es, en el título del libro una exclamación ¡Vidas bien vividas!, por lo tanto una celebración de quienes brindan sus testimonios. Todas las entrevistas son a personas que tienen más de sesenta años que han disfrutado mucho de lo que han hecho. En cada diálogo se puede observar el regocijo de lo hecho. Quizás, por ser una mirada sobre lo ya hecho, se pueda suponer que se trata de charlas donde se destina mucha nostalgia, en una práctica muy uruguaya si las hay. Permítanme citar al Dr. Hugo Batalla que solía repetir que un viaje a la nostalgia nunca viene mal, el problema es quedarse en ella.

El libro anterior de Ronzoni y Rodríguez fue “Viejos son los trapos”, una conjura contra el avance de los años y la desmemoria. Aquel trabajo permitió tener el testimonio de voces autorizadas que contaron sus experiencias. Este nuevo trabajo va en la misma línea de documentación y testimonio.
Resulta cautivante leer lo que tienen para decir personajes tan diferentes como Julia Moller o la Divina Valeria, los periodistas Eduardo Navia o César di Candia o Gonzalo Aguirre o mi paisano Omar Gutiérrez. Ante algunas preguntas, hay una actitud confesional por parte de los entrevistados. Los periodistas logran, de parte de sus contertulios, una honestidad brutal. Eso es mérito del oficio periodístico.

Sé muy bien que los congéneres de los entrevistados disfrutarán mucho este trabajo. Estoy seguro que los interesados y colegas de los protagonistas de estas charlas también. Sería deseable que las nuevas generaciones pudieran involucrarse en cada  uno de los sabrosos diálogos que aquí se reproducen. No sólo por lo que cada uno de los entrevistados cuenta –de hecho hay revelaciones novedosas, valiosas opiniones que, en varios casos tanto a nivel político, histórico y social, adquieren el carácter de noticia- sino por la forma y el estilo en que está planteado el libro. Por ejemplo cuando di Candia comenta los últimos días de Michelini en Buenos Aires, o Julia Moller sobre su vínculo con la dirección de TNU, la opinión de Bottinelli sobre José Mujica y Tabaré Vázquez o la génesis de la proclama del Obelisco en el recuerdo de Gonzalo Aguirre. El presidente del Banco de Previsión Social anuncia la puesta en marcha de un novedoso Sistema Nacional de Cuidados y muestra una actitud menos combativa contra el sistema de AFAPs como la que tuvo hace algunos años.

La cuidada redacción de cada entrevista –la edición como se decimos en la jerga periodística- demuestra, también desde lo formal, que estamos ante un trabajo que se enmarca en la rica historia del periodismo escrito de este país.

Jaime Clara