28 de febrero de 2018

Álvaro Cunqueiro

Cuando fallece un hombre, muere una ciudad. 
Se va él, pero no solo. 
Se lleva sueños, palabras, deseos que fueron, besos, 
tristezas, amistades, grandes carcajadas. Todo esto 
en el hatillo que le fue entregado. 
Pero también se lleva de los otros: 
el aroma de aquel rincón, aquella hora 
de sol de invierno en la plaza, la fuente 
bajo los plátanos, el olor a miel de la confitería, unos 
¡buenos días, señora Pepa!, y ella sonriendo, gorda; 
la discusión en el Comité: ¡yo estoy por la 
mejora del ganado negro! No sabía por qué. 
Él amaba un cierto paisaje, una cierta 
forma de las estrellas, y la hierba, y el canto del gallo, 
una cierta voz en los hombres, y un color en las vacas. 
Y la ciudad —el mundo— decía: Mijail me está viendo también. 
Y seguía, seguían las horas, las estaciones, los siglos. 
El mundo, porque alguien lo miraba, seguía yendo. 
Pero un día cualquiera cien Mijail mueren 
y el mundo se acaba, perdido, solo, sin que nadie lo mire 
amorosamente, como es debido.

Álvaro Cunqueiro (1911-1981) novelista, poeta, dramaturgo, periodista y gastrónomo español, considerado uno de los grandes autores gallegos, tanto en gallego como en castellano. Murió un día como hoy.

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