8 de noviembre de 2013

Pedro Figari: la campaña contra la pena de muerte

Esta es la base de mis palabras, anoche, durante la presentación del libro Pedro Figari: la campaña contra la pena de muerte, junto a Hoenir Sartou y el responsable de la selección de textos y autor del prólogo, el filósofo Agustín Courtoisie.



Ante las múltiples preocupaciones que en diferentes ámbitos de la sociedad en las que estamos inmersos, una de las frases que más hemos escuchado, cuándo no repetido, es que estamos ante una “crisis de valores”. Creo que todos, más o menos, sabemos qué se quiere decir que se está ante una crisis de valores.

Sin pretender tener una visión apocalíptica del tiempo que nos toca vivir, que es un tiempo maravilloso, de avances tecnológicos, científicos, humanos, también vemos cómo se han debilitado algunos vínculos esenciales de la relación entre las personas.

El sábado pasado entrevisté a un filósofo mexicano, que es autor de un brevísimo libro que se llama México sin sentido. En su ensayo, Guillermo Hurtado explica por qué utiliza esa expresión “sin sentido”. Voy a tomar prestado ese razonamiento porque creo que, tiene algunas connotaciones con la sociedad uruguaya de hoy.

Explica Hurtado que “decimos que algo tiene sentido cuando tiene una dirección o un fin; cuando ofrecer beneficio o utilidad; cuando es comprensible de acuerdo a cierto contexto natural, práctico o normativo, y puede calificarse de razonable o de racional. En ocasiones, decimos que alto tiene sentido cuando tiene algún tipo de valor intrínseco; pero hay que tener cuidado en no confundir la noción de sentido con la de valor, ya que algo puede tener sentido sin ser valioso o puede ser valioso sin tener sentido.”  Para él, a su sociedad le falta cohesión, dirección y confianza. “Cuando una colectividad carece de sentido, ha perdido su razón de ser, ha olvidado que debe respetar, ha perdido su rumbo.”


México atraviesa problemas gravísimos que han dañado severamente su entramado social, y creo que estamos todavía lejos de padecer algunas cosas de extrema violencia como las que se padecen en algunas zonas del país azteca. Sin embargo, de análisis como el que acabo de citar, debemos tomar elementos de análisis para evaluar cómo estamos en Uruguay. “El problema de fondo no es el de cuáles valores tenemos o deberíamos tener, sino cómo nos relacionamos con ellos.” (Hurtado dixit)

Una encuesta conocida hace pocos días indica que ocho de cada diez uruguayos califica negativamente el estado actual de la seguridad pública, percibiéndola como mala o muy mala (Factum). Esto no es una evaluación de la gestión del gobierno o del Ministerio del Interior, sino la percepción de la población sobre la seguridad pública en general. Y es justamente desde esa percepción, muchas veces visceral, que se piden “soluciones” extremas para situaciones que se consideran extremas. Entonces hoy, como ayer, todos hemos escuchado, en los últimos años, reclamar, por ejemplo, pedir la pena de muerte para aquellos autores de delitos violentos. En Uruguay, el sistema carcelario, en términos general, no ha sido la solución de rehabilitación necesaria para quienes cometen delitos o faltas graves en la sociedad. Entonces, desde las víctimas, desde esa sociedad insegura y temerosa, hemos escuchado también, reclamar, modificaciones a las penas en nuestro país, y la pena de muerte es una de ellas.

Es aquí, entonces, que finalmente llego al tema que nos convoca. Los textos recogidos en el libro que estamos presentando, de Pedro Figari, que datan de 1903, adquieren una actualidad sorprendente. Hace 110 años que esa figura inmensa de Figari escribió contra la pena de muerte, sin embargo, como si nada hubiera pasado, sus textos, sus conferencias, mantienen una vigencia increíble. Así que de entrada tenemos que celebrar esta edición, valiosa a varias bandas.

Dije figura inmensa de Figari. Pregunto: ¿es Pedro Figari considerada una figura inmensa dentro del catálogo de la historia de la cultura y la política de Uruguay? Relativamente. Es el propio Agustín Courtoisie que ya, en las primeras líneas de la introducción del libro nos recuerda que Figari fue diputado, educador y filósofo, antes que “colorear sus cartones con fiesta s de negros, patios de casas coloniales, grupos humanos ínfimos frente a unos cielos trogloditas y rocas animadas.” El propio Agustín lo dice claramente, casi a modo de amonestación, que pretende rescatar la memoria de una de las tres grandes figuras del 900 en el Uruguay, junto a José Enrique Rodó y Carlos Vaz Ferreira. Estos actos de justicia con la figura de Figari tienen ilustres antecedentes en reconocidos trabajos como el del Dr. Julio Ma. Sanguinetti, el del investigador Diego Moraes o lo que el propio Agustín ha venido realizando a nivel académico o en otros volúmenes de esta misma colección.  Pero todavía falta dar el salto. Hay que superar esa reducción que hacemos del Figari pintor para llevarlo a un plano cultural y social en toda su extensión. Trabajos como este demuestran que la tarea es sencilla. ¿Por qué? Porque la actualidad del pensamiento de Figari es notable. Por eso comencé estas palabras haciendo referencia a elementos tan actuales y de debate en la sociedad de hoy.

Arturo Ardao, otro gran pensador, dijo que dijo que Figari es “célebre en los dominios del arte, en su condición de gran figura de la pintura americana contemporánea, es asombrosamente desconocido, en su propio país, como pensador. Y sin embargo, entre los desaparecidos, nadie le iguala en significación filosófica. Carlos Reyles, por ejemplo –para citar un consagrado nombre coetáneo, con el cual tiene algunos nexos ideológicos, aunque también profundas divergencias- está lejos de representar, bajo este aspecto, lo que él. El pensamiento de Rodó es, desde luego, de mayor importancia histórico-cultural, por la identificación que tuvo con un momento de la conciencia espiritual del país y aún del continente; pero sin su estructura y su elaboración del punto de vista estricto de la filosofía. El caso de Figari, único en nuestra historia artística, lo es también en nuestra historia filosófica.”

La pena de muerte fue abolida el 23 de setiembre de 1907. Este libro recoge  una conferencia de 1903 y artículos publicados en El siglo, en 1905. Cotejando fechas, es evidente la influencia y la contundencia de los argumentos esgrimidos por Figari tuvieron mucho que ver en ese resultado legislativo.

El Prof. Luis Víctor Anastasía dijo que “Pedro Figari es una de las figuras más importantes de la cultura hispanoamericana. Y es también, en la misma medida, el gran desconocido. Basta pasar revista a las historias del pensamiento de lengua hispana, para advertirlo de inmediato. No existe, no se le menciona, no se le estudia. (…) Las ideas de Figari no pudieron entonces transformarse en la filosofía de la cultura nacional. Hubieran exigido una postura muy radical en cuanto a la investigación y explotación de los recursos naturales y humanos del país, y el verdadero camino de una revolución industrial cultural autónoma.”

Escuchen este texto,

“Las resistencias que se ofrecen a toda innovación –que pueden llamarse de inercia mental- son punto menos que invencibles. Nada más exacto, ni más evidente.  Tal vez los autoritarios que  pudieran suponerse los elementos menos evolucionados, a juzgar por la mayor resistencia que ofrecen al empuje de las nuevas ideas, tal vez ellos tienen más endurecidas ciertas circunvoluciones del cerebro, que rechaza –empedernidas- todo avance inicial. Pero todos, todos tenemos un lastre de conservadores tal, que asombra. Si volvemos sobre nosotros mismos, desdoblándonos para practicar una auto observación, un sondaje de reconocimiento, descubrimos, desde luego, un gran fondo de tenacidad, de empecinamiento, de terquedad en las ideas que hemos almacenado, transmitidas unas por la acción de la familia, otras por la escuela, otras por lecturas –las menos por observación propia.”

4 de diciembre de 1903. Parece escrito hoy, en pleno siglo XXI. Eso fue Figari. Eso es Pedro Figari y su necesaria re creación.

Ahora un par de palabras finales sobre Agustín Courtoisie. Más allá de su carácter de profesor de filosofía y filósofo en sí mismo, ha realizado y realiza una tarea como periodista cultural de difusión de su metier.  Con buena capacidad de comunicación, aprovecha las herramientas que le provee la propia filosofía para hacer difusión de la materia y, lo que para mí es más importante, nos enseña a ver la realidad, tras un cristal filosófico, una práctica muy escasa en los tiempos que corren. Este libro es una muestra de ello.

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