3 de mayo de 2010

Aníbal Troilo por JC

Sentí frío en esta cocina, toda blanca, otro sanatorio. Seguí callado. "Gordo", se asustó él, un poco. "Decímela", le mastiqué bajito y empezó a recitarla por el teléfono a las tres de la mañana, igual de bajito. "Es por si oye la vinagre", aclaró antes, pero él sabía también que era por su vergüenza de inventar tanta hermosura y tanta pena, como siempre.Al quinto verso yo tiritaba y lo frené. Que aguantara un minuto mientras iba a buscar un abrigo. Pero al salir ya me había olvidado y traje el fueye solamente. "Dale", le avisé, con el tubo apretado entre la oreja y el hombro, sentado en ese taburete blanco donde vos estás ahora, buscándole el tono y meta talón y talón, como si estuviera en la milonga cuando llega mi solo y dicen, no sé, que bramo o que me río para dentro con los ojos cerrados.A veces se le cortaba la voz y tosía mucho, pero no me negó ninguna repetida de un verso. Yo gatillaba notas bajas por la izquierda si el frío venía bravo, y cuando a él se le quebraba la garganta mandaba un picado brillante para aguantarlo, pero qué iba a poder yo, en esta cocina o morgue, si del otro lado estaba la muerte canturreando su propio tango.No me preguntes cuánto estuve con el fueye queriendo escapárseme de las rodillas, caliente como no lo había oído nunca, mientras en el teléfono me recitaban los versos de un misterio. Hasta que el instrumento se aflojó, quieto, respirando. El gato se me vino a refregar en las piernas, con el lomo erizado.

Fragmento de "La noche de la cocina" del periodista Carlos María Gutiérrez

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