15 de junio de 2015

La terrible presión de la nada por Jorge Bafico

¿Por dónde analizar este libro? Quizás por su título: “La terrible presión de la nada”, un titulo que sugiere. Tiene tres palabras que no parecen llevarse demasiado bien, quizás terrible y presión puedan ser compañeras de ruta, generando una alquimia fuerte. Terrible presión no deja de ser una expresión fuerte, pero aparecen junto a la nada, que se define como ausencia e inexistencia de cualquier objeto, y parece negar el matrimonio de las dos palabras anteriores. Sin embargo es un buen título ya que justamente el libro habla con un estilo claro de lo abrumador que puede llegar a ser la nada, de lo abrumador de lo anecdótico, o dicho de otra manera, como lo de todos los días, como aquellos acontecimientos que no tendrían que marcar historia pueden desencadenar algo traumático en quien los vive, puede ser un florero que cae, o una guitarra que se pierde, como aparece en alguno de los cuentos. Lo traumático no es el impacto que cause una situación, sino en cómo se dé curso a la misma. La nada y lo terrible de la presión, por tanto, pueden juntarse sin dudas dando cuerpo a un libro.
Quizás podamos pensar una de las claves de este libro desde su música, donde aparte de George Brassens, Santiago Chalar, Alfredo Zitarrosa, entre otros, aparece la exquisita María Bethania, sonando en una de las historias con“Sueño mío”. Una canción que escucha Elisa recostada en una hamaca paraguaya que ocupa todo el espacio disponible de su pequeño apartamento:
“Mi sueño, mi sueño
Ve a buscar a los que viven lejos
Muéstrales esta nostalgia
mi sueño
Con su libertad
mi sueño
En mi cielo para guiar estrellas se pierde
La fría mañana sólo me trae tristeza
mi sueño
Siente la esquina de la noche
En la boca del viento
Hacer la danza de las flores
En mi mente
Trae la pureza de una samba
Sentido, marcado penas de amor
Una samba que despierta el cuerpo de las personas
Y el viento dispersa el balanceo de la flor”
La música que brinda la banda de sonido de estos textos, destila una tristeza atemporal, una música triste que armonizan con las historias que allí aparecen: de amores perdidos, de amores buscados, de sueños que inquietan, de recuerdos que no desaparecen, de canciones de noche, de historias mínimas de gente poco extraordinaria. En fin como cualquiera de nosotros.
La música que elige Jaime toca una cuerda de nostalgia, una nostalgia que da cuerpo a los diferentes personajes, que intentan muchos de ellos salir de una profunda desesperación, en el alcohol, en el amor alquilado, en los recuerdos…
Quizás la respuesta de este libro esté en una de las entrevistas que le hicieron a Jaime hace unos días, una en radio El Espectador, donde plantea que su intención es la de contar historias. Le gusta contar historias y escuchó historias que otros le contaron. Hay palabras que se trasmiten, una repetición de algo que se quiere escuchar. Son historias, en definitiva, que pugnan por salir y hacerse oír. Muchas de ellas tiene que ver con algo de lo traumático en juego. El trauma golpea golpea la puerta una y otra vez. Y en estas historias, lo traumático, que aparece como aquello que golpea al sujeto que la padece, es evidente:
“Mientras pasaba un trapo húmedo sobre las cuatro sucias mesas del lugar, pese a la hora, decidió darse un respiro. No sería la primera vez que no dormiría y fuera testigo del cambio de luces. Hacía tiempo que su sueño no era ni tranquilo ni reparador, a veces transcurría lleno de pesadillas.
Tomó un vaso de los que acababa de lavar que estaba boca abajo, escurriéndose. Lo miró atentamente subiéndolo, mirándolo al trasluz. Lo giró para comprobar, una vez más, su buena mano para la limpieza. Abrió una de las seis puertas destartaladas de la heladera y sacó, de un manotón, tres piedras de hielo que sonaron como agradables notas musicales en el silencio de la inmensa noche. Miró las botellas que se exhibían sobre la enorme heladera. Tenía para elegir.
Se quedó con el más barato. Era por el que menos pagaba de costo, aunque el efecto que le causaba resultaba el peor en menos tiempo. Su estómago, a esa altura de la madrugada y de la vida, estaba muy maltratado. Con conciencia de propietaria ordenada, tomó la medida y la llenó. Sin avaricia dejó que durante un par de segundos el líquido se desparramara sobre las crujientes piedras de hielo. Volcó la medida, con un experto movimiento automático, antes de cerrar la botella.
Sostuvo el vaso con el índice y el pulgar y lo hizo bailar para que los gélidos cubos irregulares se acomodaran. Fue un movimiento fino, de buena bebedora, pero que se confundió con el incipiente temblor de su mano derecha que había notado desde hacía algunos meses. El whisky invadió todos los recovecos entre el hielo y las paredes del vaso. Con esfuerzo, cansada, y con una leve renguera se fue para el otro lado del mostrador. Ya sin fuerzas, arrastró un banco alto y se sentó en el lugar que habitualmente ocupaban los clientes. Para quien la mirara de lejos, parecía una parroquiana más. Quedó justo al lado de un florero que presidía el largo mostrador…”
Los protagonistas, como Blanca, cargan a cuestas con sus historias y sus traumas. Y, sobre esto último, debo decir que tengo bastante experiencia, no solamente por cargar mis propios traumas también, sino porque escucho todos los días en mi consultorio, al trauma que quiere hacerse oír y la única forma que lo puede hacer es cuando se metaboliza en una historia que le dé un sentido. Y esto está en todo el libro, en esta terrible presión de la nada, en estas historias mínimas “sin reflexiones, sin moralejas” como nos dice Jaime.
Quizás la respuesta este en el pudor, del que también nos habla Jaime en esa entrevista radial, de tener esas historias escritas y guardadas durante mucho tiempo hasta que poco a poco las fue mostrando.
Pudor es una de las palabras que podrían definir esta obra también. Si bien este término aparece una sola vez en todo el libro, y es al final del último cuento, el pudor flota de alguna manera a través de las diferentes historias, en sus diferentes ropajes, y se hace un protagonista excluyente. Desde la honestidad, que es una de sus definiciones, de quien escribe este libro, hasta cierta vergüenza, otra de sus definiciones, en lo relativo al sexo que se muestran en algunos de sus personajes, ni que hablar de la timidez, otra de los sinónimos del pudor, hasta la modestia, la última de las definiciones, de la que cargan algunos de los protagonistas, como el niño de la cruz roja.
Todos los protagonistas rozan los pudoroso, la vergüenza y la honestidad en la historia que nos proponen. Blanca, Esteban, Elisa, Carlos Celaya, Rafael y Marcela, Antonio y Maggie, la gran Fanny y el tembloroso Piñones nos van mostrando cierta vergüenza, cierto pudor a exponerse a la vida, a mostrarse en toda su magnitud, aparecen como sujetos desdibujados por lo traumático.
Quizás podamos hacer un recorte de este libro por los escritores que allí se muestran a través de los personajes que los citan o los leen, como Baudelaire, Abelardo Castillo, Humberto Eco, Horacio Quiroga, Guy de Maupassant, Gabriel García Márquez o Washington Benavidez. Estos diversos escritores marcan y acompañan el ritmo nostálgico y a veces asfixiante que rodea a los personajes, dando consistencia al perfil psicológico que los protagonistas sustentan. No es casual que aparezca Baudellaire y Abelardo Castillo en los conflictos de Esteban, ni que Guy de Maupassant y Quiroga aparezcan en el sueño del miedo del hombre que toma café y hace palabras cruzadas en un bar.
Quizás la nube de palabras pueda ayudarnos. La nube de palabras es una representación visual de las palabras que conforman un texto, y aparecen marcadas las palabras que aparecen con más frecuencia.
Las palabras que arroja: Tiempo, años, vida, día, solo. Y esto está en absoluta relación con lo primero que aparece en el libro, lo que lo guía, una cita de Acho Estol, que aparece en el vals-tango “Sueño de morocha en conventillo”, que dice:
“No sé si estoy vivo, soy joven o viejo
Ahora que lo antiguo se ha vuelto moderno… “
Y creo que acá estaría uno de los puntos a tener en cuenta, los personajes parecen estar detenidos, algunos en el tiempo, otros en recuerdos, otros en el trauma, pero todos están detenidos en la vida y están solos. Los cuentos tienen algo de onírico, donde el tiempo transcurre en una frecuencia distinta a la cronológica, quizás Jaime lo hizo a propósito, y jugó con nosotros, los lectores o quizás no lo sabía y el mismo era parte de esos cuentos que lo escribían a él.
La nube de palabras, nos indica que se trata del tiempo, de los años, de los días, en fin, de la vida, pero sobre todo de eso vivido de manera solitaria, como lo muestran cada uno de los personajes, atrapados en sus propios conflictos, en su propia singularidad.
Quizás hay que pensarlo desde el análisis de los personajes. Jaime nos plantea una serie de personajes que se cuestionan el rumbo de sus vidas en relación a su cotidiano. Con un estilo lacónico genera ambientes incómodos, muchas veces asfixiantes, ambientes decadentes como bares o prostíbulos, habitaciones sucias y pequeñas.
Pese a la heterogeneidad de los personajes, la soledad impregna todos los relatos, donde cada uno de los trece cuentos representan diferentes visiones sobre la vida, los sentimientos, el amor y el sexo.
En estas historias mínimas, sin afán moralista o adoctrinador, Jaime profundiza y nos muestra la psicología de los personajes, sus motivaciones, sus miedos, sus esperanzas y sobre todo, sus inseguridades. Es un libro descriptivo, donde hay abundante información sobre los matices emocionales de los personajes.
En la prosa de Jaime, sin ser crítico literario ni mucho menos, creo que se advierten ecos de Quiroga, de Carver o del mismísimo Kundera, unos de los escritores más admirados por Jaime.
Con un estilo sucinto, lacónico y minimalista, este libro escarba en las intra-historias de personajes normales en sus quehaceres cotidianos, frecuentemente marcados por el fracaso y la desilusión vital.
El estilo, porque sin dudas se lee un estilo, es de un tono melancólico, casi pesimista, en donde los héroes no existen, pero los villanos tampoco. Se trata de protagonistas rotos, atravesados por el trauma, o el desamparo, en la búsqueda de un sentido a sus vidas.
Jaime escapa de los cuentos largos. No aparecen cuentos de cuarenta y cincuenta páginas en este libro, ni de grandes descripciones. Si el lector intenta ambientarse por medio de la narración no va a encontrar en su estilo un camino a seguir. Los ambientes no se desarrollan a menos que tengan relevancia para el presente de los personajes, es así que Jaime nos puede describir con detenimiento una reunión de hombres solos, con guitarras y asado, o el velorio de un niño.
Jaime se centra en un tema, uno muy concreto, y utiliza a sus personajes de una forma honesta y en muchas ocasiones cruda y alejada de idealismos. Con cierto aire descarnado no nos lleva por sus vidas para que tengamos empatía o sintamos repulsión por ellos. Simplemente analiza un fragmento de las personalidades de dichos personajes sin emitir un juicio de valor, esbozado un reflejo de la realidad tangible para que, nosotros como lectores, proyectemos un sentido.
Quizás, y para terminar, la respuesta final, sea que no hay que analizar ni encontrar el sentido, del sinsentido que la vida tiene, porque en definitiva de eso se trata “La terrible presión de la nada”. De adentrarse con sus historias en lugares que nos pertenecen como los que somos: humanos, desconcertantes y complejos.
Y Jaime sin ninguna pretensión de enseñarnos, creo que su pudor no lo permitiría, termina revelándonos lo que somos y nos muestra lo que no siempre queremos ver.
Publicado en http://uy.emedemujer.com/bienestar/la-terrible-presion-de-la-nada-el-ultimo-libro-de-jaime-clara/

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