Hace diez años que se murió Guillermo González. Diez años en que se lo extrañó -y extraña- mucho. Hace diez años escribí algo, que lo comparto como homenaje y recuerdo a quien tanto, generosamente, dio.
Un hombre bueno, inteligente, amable, culto. Un buen tipo. Todo lo que podamos decir de Guillermo González es poco para un hombre generoso. Seguramente él se enojaría mucho conmigo por escribir con tantos lugares comunes. Pero es que así era el Gordo. Digo la verdad. O que alguien lo desmienta. Increíblemente nos conocimos cuando el se dedicaba a la producción agrícola en un campito en Dolores. Dicho sea de paso, que grandes dolores dolores de cabeza le causó. Esos temas nos llevaron a compartir el gusto por la música y el conocimiento de Paco Sánchez, un sensible crítico musical como pocos. Nos veíamos cada tanto para compartir algún vino, y largas e interminables charlas sobre caricaturas, política, periodismo o pipas. Ahora siento que todas esas charlas fueron pocas para hablar de nuestras pasiones. Recuerdo el día en que lo convoqué para hablar en un programa para fumadores que se emitía en un canal de televisión de Buenos Aires. Allí relató entrañablemente lo que significó su infaltable pipa como compañera durante la cárcel. El Gordo fue fundamental compañía cuando falleció mi padre, con su consejo y compañía. Desde hace más de diez años lo bauticé como "Papá González". Y es que casi lo fue y así lo sentí.
La muerte de Guillermo duele. Priva al periodismo de un hombre culto, inteligente, de mente muy abierta, con ganas de cambiar, modernizarse. Su aporte a Brecha conoció momentos complicados, pero todo lo hizo con el objetivo de consolidar el presente y el futuro del semanario. Cuando comencé con mi programa "Sábado Sarandí" fue uno de mis primero entrevistados. Siempre era momento para aprender con Guillermo. Se notará su falta.
Escribo estas líneas todavía impresionado por la noticia en la lluviosa madrugada del 27 de junio (2003).
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