Elogio de la maragatería (3)
Cuando uno va al cine, como espectador no
reflexiona sobre el hecho estético del cual es testigo. Uno va a vivir un
momento mágico con un arte maravilloso, que le permite acceder a una narración,
a una ficción, a una película que le dejará mayor o menor contenido, o
simplemente a entretenerse por algo más de una hora y media.
La narración que supone cada obra del arte
cinematográfico, es única. Pensemos que una película es una sucesión de planos,
de fotogramas, de imágenes sueltas, de escenas, que luego el director junto a
todo su equipo de montaje, logrará unir, con ritmo, con criterio, con ideas,
con afán expresivo, con el objetivo de armar una historia, interesante,
sensible, con sentido.
El cine es un fenómeno de la comunicación y un
hecho estético, conceptos que, reiter, - en general no tenemos en cuenta. El
autor italiano Mario Pezzela, reflexionó, en un trabajo de hace algunos años,
en la importancia del montaje y la temporalidad cinematográfica y se acerca a
la existencia de un cine espectáculo y un cine crítico. Además integró el
análisis de la relación entre la imagen cinematográfica y la fotografía, la
distancia entre el argumento y el significado, entre otros aspectos interesantes.
No se trata de un libro para entendidos, sino que es un manual accesible para
aprovechar aun más del contacto con el séptimo arte.
La lectura de este trabajo me provocó inevitables
recuerdos. Aunque me confieso como poco cinéfilo, afloraron, como en una
película, una cantidad de imágenes vinculadas a un portentoso lugar que ya no
está en la ciudad.
Y ya que de confesiones se trata debo decirles
cada vez que llego a San José, e ingreso a la ciudad por Luis Alberto de
Herrera, doblo en 25 de mayo hacia la Plaza Treinta y Tres, busco el cartel
vertical que anunciaba la presencia del “Cine Artigas”. Aunque no vivo en San
José, siempre sentí la falta del cine Artigas como una ausencia grave en la
ciudad, sin que esto sea una crítica a los esfuerzos que siguieron y que procuran
hoy exhibir películas.
Desde la desaparición del Cine Artigas, y la
ciudad sufrió la ausencia durante un tiempo de una sala de proyección, los
maragatos sentimos que faltaba algo muy importante. Tener una sala de cine de
estrenos es estar conectados con parte de la cultura del mundo.
Siempre era un descubrimiento encontrar los
afiches gigantescos de las películas en los tres o cuatros paneles de paño
verde cuando uno transitaba por aquella cuadra. Todavía hoy recuerdo que en esa
sala vi la película con la que más me reí y divertí. Fue en 1976 y la película
era “Agárrame si puedes” (1954, director Mai Zeiterling, con Danny Kaye). Hoy me
entero que ese reestreno fue el más visto durante todo el año en Montevideo,
superando en recaudación al exitoso “Tiburón” de Steven Spielberg.
En esa sala estaban los clásicos “Martes
populares” donde pasaron desde excelentes películas de la mejor historia
norteamericana o europea hasta las más bizarras experiencias de la voluptuosa
Isabel Sarli o las películas de Olmedo y Porcel. Y qué decir de las tardes de
domingo con las “matinees” donde se integraba un variopinto programa con
la última película de Palito Ortega, “La novicia rebelde” y alguna de vaqueros.
Por suerte muchas veces se colaba alguna película de Abbot y Costello. Quizás
esas tardes domingueras eran parte de una jornada muy tranquila o un gran
recreo que comenzaba a las 15 hs. Dependía si veíamos a Carlitos Balá, Gaby,
Fofó y Miliky , una de John Wayne o Boris Karloff. En los intervalos estaban los
vendedores de panchos, maníes, refrescos y otras vituallas o “tentempié” que
nos permitían llegar hasta las 20 hs. en el que se encendían las pálidas luces
que nos indicaban que el viaje por los sueños, había finalizado.
Quizás estas reflexiones puedan surgir cuando
se ve una película como “Cinema Paradiso” (de Giuseppe Tornatore,1989, con
Philippe Noiret), donde se denunciaba la demolición de un viejo cine y el
director rememoraba su infancia y los momentos allí vividos en compañía del
entrañable responsable de proyectar las películas. Aunque el Cine Artigas no se
demolió, el edificio está allí. Desde algún momento, su lugar pasó a ser
ocupado por la timba y los juegos de azar. El cine fue desplazado por la
ludopatía. Por lo menos, nos queda el recuerdo de todo lo vivido y lo soñado en
aquella sala de la calle 25 de mayo “a pasitos de la Plaza Treinta y tres”,
como diría la locución de Gerardo Sánchez.