Cuando le ofrecieron
integrarse a la enredadera
su primera respuesta
fue
sí,
sin tener conciencia
del compromiso que eso significaba.
Los días de la enredadera
son apasionantes.
Su histórico crecimiento
-cuyos orígenes nadie conoce-
se entreveran
con el paso del tiempo.
No hay dos hojas iguales.
Las rama,
irregulares por donde se mire,
no sólo crecen hacia arriba
sino que se extienden
apoyadas en un aire
cada vez más pesado.
Sus raíces
dicen que llegan hasta
el centro de la tierra
donde todo es frío
oscuro
inexplicable y turbio.
(Aunque siempre me pregunté si la planta nace de las raíces. Porque en verdad, el extremo de la raíz parece el final de la planta.¿Dónde comienza el vegetal? ¿Empieza por el tallo? Éste no está en el medio de la planta?¿Cuál es el comienzo y cuál el fin?¿No existirá el día en que la gente pueda nacer en el medio de su vida y elegir si quiere crecer o volver a sus raíces?)
Pero volvamos a la enredadera.
Sus hojas no son todas verdes
como cualquier lógico podría suponer.
Las hay de todos colores.
Predominan los azules
los que en el liceo llamaban
colores fríos.
Así son las hojas de la enredadera.
Su crecimiento
permanente y continuo
no lo detiene
ni el viento ni la lluvia
ni el fuego del verano.
Tiene vida propia.
No hay que regarla
ni nadie debe regalarle nada.
La enredadera siempre está
sujetándose de donde pueda avanzar.
Poco le importa
de donde se sostiene.
La enredadera
-sin pedir permiso-
se aferra muchas veces
a plantas más débiles
terminando por aplastarlas.
También muchas veces
se entrega a húmedas paredes
que, tarde o temprano,
se debilitan
a causa de las perversas raicillas
que se les incrustan en una penetración
que termina siendo
demoledora.
Quienes han querido
desviar su crecimiento
no han podido
o se han cansado
o han quedado por el camino.
La gente ya la tiene asumida.
Ahí está la enredadera.
Todos la definen con fastidio
o envidia
mientras ella crece
sorda y egoísta
alejándose cada día más
de la gente
que se ve
cada día más enana.
Por todo esto
y seguramente mucho más
cuando le ofrecieron
integrarse a la enredadera
su primera respuesta
fue
sí,
sin tener conciencia
del compromiso que eso significaba.
A partir de ese momento
fue absorbido
por esa suerte
-pésima suerte-
de rinoceronte
que lo masticó lentamente
sin que se diera cuenta.
Hoy,
con esa costumbre tan humana
de la ignorancia
la enredadera tiene un nuevo servidor.
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