4 de diciembre de 2013

Público respeto, respeto al público.

DESDE HACE UN PAR DE AÑOS, EN SÁBADO SARANDÍ, LLEVO ADELANTE UNA CAMPAÑA POR LA PUNTUALIDAD EN LOS ESPECTÁCULOS. ES, NI MÁS NI MENOS, QUE UNA CAMPAÑA POR EL RESPETO.



Por Jaime Clara. El mensaje apunta a que, no sólo los espectáculos comiencen a la hora prometida, sino que el público se acostumbre a llegar en tiempo. Lo mismo, debería ser, para los medios de comunicación.
Una costumbre típicamente uruguaya que evidencia una de nuestras peores costumbres, la cual poco parece importarnos, es fijar un acontecimiento a las 19, para comenzar 19:30 hs. En muchas invitaciones se aclara que se será puntual. Una aclaración innecesaria, si es que hay una hora señalada. Y el problema es para los dos lados: los espectáculos, claro está, pero el público, que también llega cuando le apetece. A veces, los espectadores creen que todo se da como en un recordado slogan que decía, “el espectáculo comienza cuando vos llegás”. Grueso error. Vaya a saber cuál es el origen del problema, quién fue el primero que tuvo la culpa. Por lo pronto se arregla fácil: tolerancia cero a la hora  prometida y en poco tiempo, todo se encausa. Es un tema de derecho del público, pero también de los organizadores de los espectáculos a comenzar cuando está previsto y no esperar a que lleguen los rezagados. Como dijo el escritor L. Brunschvig, “la impuntualidad es una falta de respeto, no de tiempo.”
Otro asunto similar, que tiene que ver con los derechos de los espectadores, es lo que sucede en la televisión. A una película le cortan diez minutos, o veinte, para cumplir con horario que, a la larga, nunca se cumple. Los horarios de las tandas no se respetan, son muy largas y, en general, termina damnificado, el contenido del programa. En muchas ocasiones, no se respeta la continuidad de los capítulos de algunas series, ya sea películas o dibujos animados.
Es vergonzoso como muchos de los programas que se emiten, sobre todo en la tarde, son interrumpidos en cualquier momento, sin criterio o cortados como con un hacha para poner una tanda. Muchas veces queda una pregunta colgada o una respuesta por la mitad, en algunas entrevistas. Contenidos que se prometen para luego de la pausa, nunca aparecen. Por si todo esto fuera poco, si un programa está previsto comenzar a la hora 22, debe comenzar a esa hora y no a las 22:20. Con suerte, a veces empieza hasta casi una hora más tarde. El reconocimiento de la desorganización que reina en la televisión sobre la falta de cumplimiento de los horarios  es que ya no dicen que tal o cual programa es a determinada hora, sino que se anuncia que comenzará “al término de...”.  Y ni hablar del atrevimiento que significa que pasen un programa por capítulos –telenovela o serie- que se comenzó a emitir con bombos y platillos a las 21 hs. y si el rating no es el previsto, los programadores la cambian para las 15  sin previo aviso.
Todas estas decisiones unilaterales de los programadores de los canales se hacen sin tener en cuenta los derechos de los destinatarios de su trabajo, es decir, los televidentes. De nada sirven los reclamos. Llamar a un canal para reclamar es inútil; quien atiende no puede dar las respuestas. Así que los reclamos quedan en la paciencia de una telefonista o en el mejor de los casos de una secretaria que eventualmente derivará las justas protestas ¿Los gerentes de programación escuchan al público? ¿O por lo menos lo explican?
En Colombia, por ejemplo, los canales se comprometieron en tres medidas tendientes a mejorar su relación con el público. Por un lado, informarán a la teleaudiencia los cambios de programación para darle un carácter estable a la grilla. En segundo lugar aquellos canales que piensen hacer cambios, los podrán hacer previo anuncio con siete días de anterioridad. Finalmente comenzaron a trabajar en procura de crear la figura del defensor del televidente que tendrá media hora por semana para salir en los canales a defender los derechos de los televidentes.
Sin embargo, los televidentes tienen poca chance para hacerse oír, para marcar presencia, salvo utilizar hábilmente el control remoto, el “encendido – apagado”.  Aunque es dudoso el resultado de un paro de televisores apagados. Se trata de derechos de consumidor, de televidentes, en este caso, que deben ser tenidos en cuenta por quienes brindan el servicio. En el caso de los espectáculos que son impuntuales, es muy fácil: irse. O no volver.
Toda esta problemática no se arregla con regulaciones o reglamentos que no se harán cumplir, sino que se solucionaría asumiendo que existe un concepto que parece que no está en la agenda de los uruguayos: el respeto por el otro.

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