18 de noviembre de 2013

Joaquín Torres García

Texto de presentación del libro "Joaquín Torres García" de Emma Sanguinetti, editado por Santillana.
   
Junto a la autora y el director del Museo Nacional de Artes Visuales Enrique Aguerre.
Me pasan dos cosas, contradictorias con esta presentación.

Por un lado, se me puede hacer fácil hablar de la colección Pintores uruguayos de Emma Sanguinetti porque, en la medida que ya hay cuatro tomos anteriores, se sabe bien de qué se trata.  Barradas, Figari, Petrona Viera y Blanes, ya forman parte del santoral que recorrió Emma con esos maravillosos trabajos de divulgación artística, dirigida a niños y adolescentes.

Pero por otro lado, esa fortaleza  es una debilidad, porque uno tiene que pensar qué decir, que sea, por lo menos, mínimamente novedoso.

Así que me van a disculpar, voy a hacer referencia a lo que tengo más a mano, que es la radio.  Comparto con Emma, desde hace nueve años, su columna Enter arte,  los lunes a la tarde en Radio Sarandi. Había comenzado un tiempo antes, en programa Sin vergüenza, de Enrique Mrak, recuerdo que el nombre del espacio lo pensamos juntos con Enrique.

Creo, sin temor a equivocarme, o que al menos Emma me lo aclare, que la génesis de esa colección de libros de divulgación de arte está en la radio. Emma se esfuerza semana a semana en buscar temas, con el  pretexto de las noticias del mundo de las artes plásticas, nos mete semana a semana en ese universo tan particular de lo visual, pero con el detalle, nada menor, de hacerlo a través de la radio, donde nada se ve, solo se escucha, y –lo que es más importante- todo se imagina. Y allí radica esta gran práctica que adquirió Emma en tratar de hacer visual lo que por razones obvias, del medio radio, no lo era. Entonces, si ella es capaz de emocionar, enseñar, entretener, explicar, e informar en forma amena veinte minutos por semana desde hace una década, uno supone que hacer este libro, le puede resultar, como se dice, un boleto.


Una cosa es la práctica que ella adquirió en explicar y difundir, pero también es cosa seria, plasmar en una publicación, que queda, que es permanente, que se lee, se relee, se ve, se mira, se revé, se mira varias veces y se estudia y se analiza. No son palabras que se lleva el viento, sino que la misma capacidad docente, y esa capacidad de cautivar que tiene su relato radial, había que trasladarlo a otro lenguaje, con todo el componente visual que ahora sí estaba y era la gran posibilidad, de mostrar lo que explicaba con palabras.

Pero ya no estaba sola, no tenía un partenaire como en la radio que reflexiona con ella, como fue pudieron ser Enrique Mrak en su momento, o ahora Sergio Puglia o alguien molesto como yo, que le arruina todo que ella tiene preparado cada lunes. Ahora, con los libros, requería de alguien que manejara el criterio gráfico y estético, con el aporte docente y entretenido que la empresa requería. Y allí apareció, desde el primer número, Diego Tocco.

Tengo el privilegio de haber trabajado con él, en el que sospecho, fue uno de sus primeros trabajos. Fue al comienzo de la década del 90, en el Instituto de Comunicación y Desarrollo, que lo convocamos para diagramar una revista de temas de comunicación, Teorema, de la cual fui su Secretario de Redacción. Eran momentos en los que los programas de diseño por computadora recién estaban llegando al país, creo que armaba en frío, sin todo el despliegue tecnológico que hoy tiene el diseño gráfico. Sin embargo, cuando ya han pasado casi 25 años, uno mira aquellas revistas Teorema, hoy en día, y su diseño perfectamente se adecua a los criterios de hoy en día. Así que por ese lado, Diego Tocco fue el mejor compinche que Emma podía tener para encarar su colección de Pintores Uruguayos.

Ahora bien, vamos al volumen que estamos presentando.

Honestamente debo confesar que me alegro mucho que sea el quinto libro de la colección. Desconozco los motivos que hicieron que esto fuera así, cómo fue –o es- el plan de la colección. Lo cierto es que  se comenzó por Barradas, luego Figari, Petrona Viera (para nada ícono uruguayo y mucho menos masivo) y Juan Manuel Blanes.  Ahora llega Torres García, que, en realidad, si uno habla de pintores uruguayos, en un canon plástico, está en el primer lugar, por todo lo que significó.

De todos modos, con el viejo Torres, como se le dice en el ambiente, pasa con lo que la mayoría de los genios, tienen sus fanáticos fundamentalistas, y tienen sus acérrimos enemigos, igualmente fundamentalistas. Ni tanto ni tan poco. Mucho menos fundamentalistas en algo.

Tuve el privilegio de asistir durante varios años al Taller uno de los últimos sobrevivientes del Taller, que conoció a Torres y que tomó lo mejor de él. El Maestro Guillermo Fernández, a quien nunca me cansaré de nombrar, homenajear y pedir una gran muestra retrospectiva para ubicarlo en su justo lugar, Guillermo, siempre fue muy ecuánime en destacar las virtudes artísticas de Torres García. La propia Emma lo define como “un maestro sin igual”. Dice, al cerrar el libro que Torres García “fue uno de los artistas más importantes del Uruguay y es hoy un símbolo de nuestra pintura en el mundo. Su pasión por enseñar, escribir y transmitir su pensamiento lo convierten, además, en una de las figuras de mayor relevancia del arte americano”.

Este libro, como los anteriores, es lo suficientemente didáctico para entender por qué Torres ocupa el lugar que ocupa. De todos modos, hay que reconocer que la transformación en un icono uruguayo, a veces parece un poco excesiva, y el  merchandising constructivista, a veces, se vuelve monótono, y cansa  un poco. Por eso, las cosas siempre son mejores en su justa medida.

Aunque también es bueno recordar que el reconocimiento a Torres García llegó tarde. Su dimensión creció fuera del país en el que nació.  En “Historia de mi vida”, su libro de memorias escrito en 1934, permite enterarnos de su estado de ánimo y su relación con Uruguay. “Ahora que se está un poco en el ambiente de lo que París era para Torres-García, puede comprenderse que, como ‘él aseguraba, era el sitio del mundo donde mejor había estado. Y aun bajo el punto de vista del clima, que a él le preocupaba tanto.(...) Además, ni España, ni el Uruguay, le recordaban nada grato. Y puede comprenderse fácilmente. En España (más propiamente en Cataluña), había pasado casi la mayor parte de su vida; había contribuido con su obra y con su ejemplo a la evolución del arte allí, y ¿qué sacó? Lo hemos visto. En cuando a su tierra, era otra cosa, pero también triste. Ya, de estudiante, había pedido ayuda, mandando trabajos, que debieron caer en el vacío. Después, ya en posesión de un arte propio, y sabiendo que en Montevideo se realizaban obras importantes, volvió de nuevo a pedir que se le confiase algún trabajo de decoración y ... ¡ni respuesta! Y eso que mandó un montón de fotografías y recortes de diarios. Además hay que ver cómo fue tratado por los cónsules. Uno, redondamente, le dijo que, con la pintura que hacía, a todo lo que podría aspirar era a pintar puertas. Otro le dijo que jamás le visaría el pasaporte para que no fuese a llevar el modernismo al país. Y otras impertinencias así. Pidió informes al director del Museo y éste le respondió que si quería morirse de hambre que viniese. Y Blanes Viale, el pintor bien conocido, a quien encontró por Barcelona, le dijo textualmente ‘En nuestro país la gente no se ocupa de otra cosa que del cuero y del novillo: nada tiene que hacer allí.”

El libro de Emma Sanguinetti pone las cosas en su sitio. Como debe ser. Con el pretexto estar dirigido para niños y adolescentes, les puedo asegurar que se trata de un manual, no solo dedicado a analizar la obra, la vida y la época de Torres, sino que también nos da pistas –los cuatro volúmenes anteriores también- de cómo mirar un cuadro y analizarlo.


Quienes estamos en estas cosas sabemos muy bien cuánto nos rechina que los espectadores se excusen tras la frase, “no lo entiendo”. Bueno señores, el “no lo entiendo” se acabó. 

Montevideo, 15 de noviembre de 2013

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