Texto de presentación del libro "Joaquín Torres García" de Emma Sanguinetti, editado por Santillana.
Me pasan dos cosas, contradictorias con esta presentación.
Por un lado, se me puede hacer fácil hablar de la colección
Pintores uruguayos de Emma Sanguinetti porque, en la medida que ya hay cuatro
tomos anteriores, se sabe bien de qué se trata.
Barradas, Figari, Petrona Viera y Blanes, ya forman parte del santoral
que recorrió Emma con esos maravillosos trabajos de divulgación artística,
dirigida a niños y adolescentes.
Pero por otro lado, esa fortaleza es una debilidad, porque uno tiene que pensar
qué decir, que sea, por lo menos, mínimamente novedoso.
Así que me van a disculpar, voy a hacer referencia a lo que
tengo más a mano, que es la radio.
Comparto con Emma, desde hace nueve años, su columna Enter arte, los lunes a la tarde en Radio Sarandi. Había
comenzado un tiempo antes, en programa Sin vergüenza, de Enrique Mrak, recuerdo
que el nombre del espacio lo pensamos juntos con Enrique.
Creo, sin temor a equivocarme, o que al menos Emma me lo aclare,
que la génesis de esa colección de libros de divulgación de arte está en la
radio. Emma se esfuerza semana a semana en buscar temas, con el pretexto de las noticias del mundo de las
artes plásticas, nos mete semana a semana en ese universo tan particular de lo
visual, pero con el detalle, nada menor, de hacerlo a través de la radio, donde
nada se ve, solo se escucha, y –lo que es más importante- todo se imagina. Y
allí radica esta gran práctica que adquirió Emma en tratar de hacer visual lo
que por razones obvias, del medio radio, no lo era. Entonces, si ella es capaz
de emocionar, enseñar, entretener, explicar, e informar en forma amena veinte
minutos por semana desde hace una década, uno supone que hacer este libro, le
puede resultar, como se dice, un boleto.
Una cosa es la práctica que ella adquirió en explicar y
difundir, pero también es cosa seria, plasmar en una publicación, que queda,
que es permanente, que se lee, se relee, se ve, se mira, se revé, se mira
varias veces y se estudia y se analiza. No son palabras que se lleva el viento,
sino que la misma capacidad docente, y esa capacidad de cautivar que tiene su
relato radial, había que trasladarlo a otro lenguaje, con todo el componente
visual que ahora sí estaba y era la gran posibilidad, de mostrar lo que
explicaba con palabras.
Pero ya no estaba sola, no tenía un partenaire como en la
radio que reflexiona con ella, como fue pudieron ser Enrique Mrak en su
momento, o ahora Sergio Puglia o alguien molesto como yo, que le arruina todo
que ella tiene preparado cada lunes. Ahora, con los libros, requería de alguien
que manejara el criterio gráfico y estético, con el aporte docente y
entretenido que la empresa requería. Y allí apareció, desde el primer número,
Diego Tocco.
Tengo el privilegio de haber trabajado con él, en el que
sospecho, fue uno de sus primeros trabajos. Fue al comienzo de la década del
90, en el Instituto de Comunicación y Desarrollo, que lo convocamos para
diagramar una revista de temas de comunicación, Teorema, de la cual fui su Secretario de Redacción. Eran momentos
en los que los programas de diseño por computadora recién estaban llegando al
país, creo que armaba en frío, sin todo el despliegue tecnológico que hoy tiene
el diseño gráfico. Sin embargo, cuando ya han pasado casi 25 años, uno mira
aquellas revistas Teorema, hoy en día, y su diseño perfectamente se adecua a
los criterios de hoy en día. Así que por ese lado, Diego Tocco fue el mejor
compinche que Emma podía tener para encarar su colección de Pintores Uruguayos.
Ahora bien, vamos al volumen que
estamos presentando.
Honestamente debo confesar que me
alegro mucho que sea el quinto libro de la colección. Desconozco los motivos
que hicieron que esto fuera así, cómo fue –o es- el plan de la colección. Lo
cierto es que se comenzó por Barradas,
luego Figari, Petrona Viera (para nada ícono uruguayo y mucho menos masivo) y
Juan Manuel Blanes. Ahora llega Torres
García, que, en realidad, si uno habla de pintores uruguayos, en un canon plástico,
está en el primer lugar, por todo lo que significó.
De todos modos, con el viejo
Torres, como se le dice en el ambiente, pasa con lo que la mayoría de los
genios, tienen sus fanáticos fundamentalistas, y tienen sus acérrimos enemigos,
igualmente fundamentalistas. Ni tanto ni tan poco. Mucho menos fundamentalistas
en algo.
Tuve el privilegio de asistir
durante varios años al Taller uno de los últimos sobrevivientes del Taller, que
conoció a Torres y que tomó lo mejor de él. El Maestro Guillermo Fernández, a
quien nunca me cansaré de nombrar, homenajear y pedir una gran muestra
retrospectiva para ubicarlo en su justo lugar, Guillermo, siempre fue muy
ecuánime en destacar las virtudes artísticas de Torres García. La propia Emma
lo define como “un maestro sin igual”. Dice, al cerrar el libro que Torres
García “fue uno de los artistas más importantes del Uruguay y es hoy un símbolo
de nuestra pintura en el mundo. Su pasión por enseñar, escribir y transmitir su
pensamiento lo convierten, además, en una de las figuras de mayor relevancia
del arte americano”.
Este libro, como los anteriores, es
lo suficientemente didáctico para entender por qué Torres ocupa el lugar que
ocupa. De todos modos, hay que reconocer que la transformación en un icono
uruguayo, a veces parece un poco excesiva, y el merchandising constructivista, a veces, se
vuelve monótono, y cansa un poco. Por
eso, las cosas siempre son mejores en su justa medida.
Aunque también es bueno recordar
que el reconocimiento a Torres García llegó tarde. Su dimensión creció fuera
del país en el que nació. En “Historia
de mi vida”, su libro de memorias escrito en 1934, permite enterarnos de su estado
de ánimo y su relación con Uruguay. “Ahora que se está un poco en el ambiente
de lo que París era para Torres-García, puede comprenderse que, como ‘él
aseguraba, era el sitio del mundo donde mejor había estado. Y aun bajo el punto
de vista del clima, que a él le preocupaba tanto.(...) Además, ni España, ni el
Uruguay, le recordaban nada grato. Y puede comprenderse fácilmente. En España
(más propiamente en Cataluña), había pasado casi la mayor parte de su vida;
había contribuido con su obra y con su ejemplo a la evolución del arte allí, y
¿qué sacó? Lo hemos visto. En cuando a su tierra, era otra cosa, pero también triste.
Ya, de estudiante, había pedido ayuda, mandando trabajos, que debieron caer en
el vacío. Después, ya en posesión de un arte propio, y sabiendo que en
Montevideo se realizaban obras importantes, volvió de nuevo a pedir que se le
confiase algún trabajo de decoración y ... ¡ni respuesta! Y eso que mandó un
montón de fotografías y recortes de diarios. Además hay que ver cómo fue
tratado por los cónsules. Uno, redondamente, le dijo que, con la pintura que
hacía, a todo lo que podría aspirar era a pintar puertas. Otro le dijo que
jamás le visaría el pasaporte para que no fuese a llevar el modernismo al país.
Y otras impertinencias así. Pidió informes al director del Museo y éste le
respondió que si quería morirse de hambre que viniese. Y Blanes Viale, el pintor
bien conocido, a quien encontró por Barcelona, le dijo textualmente ‘En nuestro
país la gente no se ocupa de otra cosa que del cuero y del novillo: nada tiene
que hacer allí.”
El libro de Emma Sanguinetti pone
las cosas en su sitio. Como debe ser. Con el pretexto estar dirigido para niños
y adolescentes, les puedo asegurar que se trata de un manual, no solo dedicado
a analizar la obra, la vida y la época de Torres, sino que también nos da
pistas –los cuatro volúmenes anteriores también- de cómo mirar un cuadro y
analizarlo.
Quienes estamos en estas cosas
sabemos muy bien cuánto nos rechina que los espectadores se excusen tras la
frase, “no lo entiendo”. Bueno señores, el “no lo entiendo” se acabó.
Montevideo, 15 de noviembre de 2013
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