Nacido  en San José, es licenciado en Comunicación Social egresado de la  Universidad Católica del Uruguay, Jaime Clara es una de las voces más  escuchadas en los receptores radiales de los uruguayos. Desde los  micrófonos de Sarandí, Clara conduce su programa cultural sabatino,  participando durante la semana en diferentes espacios de la grilla  radial, tanto de interés general, cultural o de política, actividad esta  última de la que se confiesa entusiasta seguidor.  
 
¿Cómo podrías definir la palabra discriminación?Antes  que nada, habiendo diccionarios, recurramos a él. Según la Real  Academia Española,  discriminar es, 1) seleccionar excluyendo y 2) dar  trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales,  religiosos, políticos, etc. 
Como definición está muy claro lo  que quiere decir el concepto. En la medida en que siempre en la vida  estamos seleccionando, eligiendo, hay cierta discriminación. Creo que en  la vida cotidiana entendemos discriminar como minimizar, subestimar,  negar a otra persona por alguna característica, que puede ser desde su  color de piel, su trabajo, su  condición económica, su opción sexual, su  religión o su club de fútbol. Siempre tenemos algo que nos diferencia  de la otra persona –somos todos distintos- y si a esa diferenciación, le  cargamos un componente subjetivo y de valoración negativa, estamos  discriminando. Que está muy mal, pero existe. 
 
La película Pies de  Acero narra la historia de un inmigrante indio en Canadá que es  brutalmente asesinado por motivos raciales por un skinhead que sigue la  ideología nazi. Lo asombroso es que al acusado se le asignará un abogado  de oficio que es judío (David Strathairn). La película crece en tensión  al irse intensificando la relación entre abogado y cliente,  necesariamente difícil. Esta película pone en perspectiva como la  discriminación es una cadena de acciones y acontecimientos. ¿Qué opinión  de merece esto?La película tiene el mérito de poner muchos  temas sobre la mesa y que nos lleva a la reflexión. Desde el dilema  moral y ético del abogado para ver si defiende al skinhead, su  compromiso con la causa, hasta los argumentos de cada uno de los  protagonistas, sobre su forma de actuar en cada circunstancia. La pieza  es muy interesante porque va in crescendo justamente en la tensión entre  ambos, en un juego de cambio de roles donde todo se transforma en un  espiral, donde quedan en evidencia los sentimientos discriminatorios que  todos tenemos, incluso los que defienden causas justas, como el  abogado, magistralmente interpretado por David Strathairn. Durante la  mesa redonda, luego de la película, en el Festival de Cine Judío, yo  decía que el juego de protagonista/antagonista, uno u otro  indistintamente, tiene un desarrollo inteligente por parte del director  del filme, en la medida en que rápidamente, una vez que nos muestra los  hechos, el disparador de la historia que es el ataque al inmigrante,  comienza a dar señales de lo que va pasando en cada uno de ellos dos (el  abogado y el neonazi). Como si fuera un juego de ping pong, cada uno se  va pasando el conflicto del momento: primero el abogado que tiene que  defender a un nazi, luego el nazi que tiene que aceptarlo, el juego de  poder que se da en la primera entrevista, donde cada uno quiere marcar  territorio para hacer notar quién manda allí, pero que a la larga, luego  nos damos cuenta que ninguno de los dos es lo suficientemente firme y  demuestran una gran vulnerabilidad a medida que avanza la historia. Esa  firmeza aparente que cada uno tiene vinculada a sus convicciones, es  ficticia. Da la sensación que cada vez que se ven o cada vez que uno  piensa en lo que está embarcado, están con las defensas bajas, y ese  sistema de ideas que cada uno tiene cruje, se viene abajo, justamente en  función de la interacción con el otro, que a priori, suponíamos, como  los personajes también suponían, que eran enemigos. Es un juego muy  interesante.
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