La pasión por perdurar*
Por Jaime Clara
Dueño de una memoria prodigiosa, carga su espigada humanidad todos los días hacia el sótano de su casa, en el barrio Flor de Maroñas, lejos del centro de Montevideo, pero en el medio del ruido de Camino Maldonado, donde en un completo caos y desorden comienza a recordar los momentos más felices de su existencia: los vividos durante los años treinta. Pinceles, tintas de colores, bollones, latas, cuadros terminados, otros en pleno proceso de creación, se mezclan con diarios, revistas, recortes propios y ajenos, recogidos durante toda una vida entre dibujos y dibujantes. Nostálgico por naturaleza, se ha empeñado a pintar esos recuerdos, para que su obra quede, y no como los miles de ilustraciones que realizó, que tuvieron –según cree- una vida demasiado breve de tan sólo veinticuatro horas.
Nací en 1916, en Entre Ríos, Argentina. Mis padres son uruguayos, pero mi madre tenía toda su familia uruguaya en aquella provincia. Mi abuelo era vasco. Puso un establecimiento de campo en el departamento de Soriano, en Palmitas, en la zona del arroyo Cabelludo. Estoy hablando del tiempo de Latorre. Había enfrentamientos permanentes y los colorados le carneaban los animales porque él era blanco. Como le carneaban mucho, decidió irse para Entre Ríos con toda la familia. Mis padres se conocieron en Uruguay pero se casaron allá. Mi padre, tenía arrendado un campo muy famoso, La Tachuela, en Cololó, que todavía debe ser uno de los mejores campos de la República. Yo me crié en ese campo. Como las mujeres antes no iban al sanatorio ni al hospital, sino que iban a la casa de sus padres a tener familia, mi hermano y yo nacimos en Entre Ríos.
¿Hasta qué edad estuvo en Argentina?
Hasta que me envolvieron y me trajeron. (Se ríe) No habré estado más de una semana. Pero íbamos muy seguido a visitar a todos los parientes.
¿Dónde pasó su infancia?
Hasta los diez años en el campo. Después pasamos a estudiar a Mercedes, donde terminamos la primaria y el liceo. Luego vinimos a Montevideo.
¿Cuándo empieza su inclinación por el dibujo?
De muy pequeño. Casi ni me acuerdo. Para mí, uno de los mejores regalos eran lápices de colores y crayones. A los ocho años recortaba dibujos y caricaturas de diarios y revistas. Miraba con interés Caras y caretas donde se publicaban muchas caricaturas. En casa recibíamos El Bien Público y recortaba ilustraciones de dibujantes franceses. Entre esos dibujos que el diario levantaba había un dibujante que, después me enteré, se llamaba “Toño” Salazar. Era un muchachito de 14 años que había llegado a París. Pero había llegado a Francia porque era el hijo de un ex presidente de El Salvador. Dibujaba espléndido, muy original. Se hizo muy famoso. Después vino a Uruguay y fui su compañero en Peloduro y le conté la historia, que yo, siendo niño, lo admiraba.
Dueño de una memoria prodigiosa, carga su espigada humanidad todos los días hacia el sótano de su casa, en el barrio Flor de Maroñas, lejos del centro de Montevideo, pero en el medio del ruido de Camino Maldonado, donde en un completo caos y desorden comienza a recordar los momentos más felices de su existencia: los vividos durante los años treinta. Pinceles, tintas de colores, bollones, latas, cuadros terminados, otros en pleno proceso de creación, se mezclan con diarios, revistas, recortes propios y ajenos, recogidos durante toda una vida entre dibujos y dibujantes. Nostálgico por naturaleza, se ha empeñado a pintar esos recuerdos, para que su obra quede, y no como los miles de ilustraciones que realizó, que tuvieron –según cree- una vida demasiado breve de tan sólo veinticuatro horas.
Nací en 1916, en Entre Ríos, Argentina. Mis padres son uruguayos, pero mi madre tenía toda su familia uruguaya en aquella provincia. Mi abuelo era vasco. Puso un establecimiento de campo en el departamento de Soriano, en Palmitas, en la zona del arroyo Cabelludo. Estoy hablando del tiempo de Latorre. Había enfrentamientos permanentes y los colorados le carneaban los animales porque él era blanco. Como le carneaban mucho, decidió irse para Entre Ríos con toda la familia. Mis padres se conocieron en Uruguay pero se casaron allá. Mi padre, tenía arrendado un campo muy famoso, La Tachuela, en Cololó, que todavía debe ser uno de los mejores campos de la República. Yo me crié en ese campo. Como las mujeres antes no iban al sanatorio ni al hospital, sino que iban a la casa de sus padres a tener familia, mi hermano y yo nacimos en Entre Ríos.
¿Hasta qué edad estuvo en Argentina?
Hasta que me envolvieron y me trajeron. (Se ríe) No habré estado más de una semana. Pero íbamos muy seguido a visitar a todos los parientes.
¿Dónde pasó su infancia?
Hasta los diez años en el campo. Después pasamos a estudiar a Mercedes, donde terminamos la primaria y el liceo. Luego vinimos a Montevideo.
¿Cuándo empieza su inclinación por el dibujo?
De muy pequeño. Casi ni me acuerdo. Para mí, uno de los mejores regalos eran lápices de colores y crayones. A los ocho años recortaba dibujos y caricaturas de diarios y revistas. Miraba con interés Caras y caretas donde se publicaban muchas caricaturas. En casa recibíamos El Bien Público y recortaba ilustraciones de dibujantes franceses. Entre esos dibujos que el diario levantaba había un dibujante que, después me enteré, se llamaba “Toño” Salazar. Era un muchachito de 14 años que había llegado a París. Pero había llegado a Francia porque era el hijo de un ex presidente de El Salvador. Dibujaba espléndido, muy original. Se hizo muy famoso. Después vino a Uruguay y fui su compañero en Peloduro y le conté la historia, que yo, siendo niño, lo admiraba.
¿Cuándo publica su primer dibujo?
En un diarito, El Pueblo, de Mercedes. Era un diario blanco de un amigo de mi padre. Yo hacía caricaturas de los profesores y Manuel Pérez, hijo del director del liceo, que era compañero de clase, me pidió la caricatura del “Chivo Cuestas” que era profesor de literatura y lenguaje. La hice y se la dio a un señor Astorga, que después fue periodista de El Debate, que la hizo grabar en linóleo y la publicó. Le pusieron un versito que todavía me acuerdo. Decía “profesor de los mejores, con facultades sobradas, que merece los honores de toda la muchachada...” Y así salieron varias caricaturas. Con el tiempo empecé a mandar dibujos a El Bien Público.
¿Por qué a ese diario?
Porque un primo que vivía con nosotros se vino a estudiar a Montevideo, acompañado de un muchacho Arrieta. La hermana era novia de un tal Acuña muy vinculado a la Unión Cívica, que tenía mucho contacto con un gran periodista y poeta de San José, Ernesto Pinto. Un día le llevaron una carpeta con un montón de dibujos míos y los empezaron a publicar. Eran caricaturas de Chiarino y de dirigentes políticos de la época. Después vine a Montevideo y seguí publicando. Siempre gratis. Había que pagar derecho de piso, no había dónde aprender. No es como ahora que hay lugares donde se enseña. Antes no. Al tiempo, después de una huelga, me llamaron para dibujar, pero ahí ya me pagaron. Un gran sueldo: $ 20. Eran como veinte dólares de aquella época ¡Un sueldazo! Después, en 1935, pasé a Uruguay, el diario de Natalio Botana. Hacía caricaturas políticas y sobre todo reconstrucciones de crímenes. En un tiempo estuvo Pedro de Rojas, un español que hacía unas reconstrucciones espléndidas. Le daban los datos, le contaban algún detalle y armaba el dibujo. Nadie dibujó en Argentina como él.
¿Cómo llegó al diario de Botana?
Mi padre tenía un tambo en Florida que necesitaba clientes en Montevideo para colocar la leche. Una tía mía le salió a buscar a esos clientes por Pocitos. Tocó un timbre y la dueña de casa, de apellido Cash, le dijo que pasara –mi tía era muy elegante y sociable- ya que estaba tomando el té con una amiga. ¡Era la señora de Botana! Doña Salvadora Honrubia de Botana, que era escritora. Mi tía le dijo que tenía un sobrino que dibujaba. Doña Salvadora sacó una tarjeta y escribió: “Don Pedro de Rojas, dele trabajo al portador”. Fui al otro día y de Rojas me dijo “pase, siéntese acá y dibuje”. Tenía lápiz, papel, tinta y ya me quedé. Ese fue mi segundo trabajo. Mi jefe era Víctor Poggi, que dibujaba muy bien. Aprendí mucho con él y fuimos muy amigos. Era muy culto en pintura, sabía mucho de arte. En esa época llegó Torres García, que se rodeó de un grupo de pintores y dibujantes entre lo que estaba Poggi, que me contaba de las tertulias que se formaban en el taller. Todavía en mi memoria todavía tengo cosas que jamás he leído sobre Torres. Cosas por ejemplo como que “lo importante no es saber dibujar, lo importante es saber desdibujar, porque dibujar dibuja cualquiera, pero no todos pueden desdibujar. Figari y Barradas desdibujan, yo también”, decía el Maestro.
¿A qué se refería?
Era que con muy pocos trazos se podía hacer algo completo. Lo importante en un cuadro es la composición. Y es cierto. Una composición bien hecha salva cualquier cosa, hasta defectos del dibujo. Justamente Poggi tenía la escuela de un español, Macaya, que dibujaba en Caras y Caretas, con un dibujo muy simple, a veces no muy hábil, pero la composición era muy concisa. Era el rival de Alejandro Cirio, otro gran dibujante español que había en Buenos Aires.
¿Ud. a quién se parecía?
Nunca me gustó embanderarme. No me parecía a nadie. Los estudiaba a todos. Lo importante es saber decir “se acabó y ahora hago lo mío.” Esa época me vino muy bien porque yo era hábil para el dibujo, pero medio retorcido. Poggi me reclamaba que hiciera los dibujos simples. Desde esa época me ocupé más por la composición que por el dibujo mismo.
Luego cambia de diario.
Estuve en El Pueblo que había sido de Terra y en esa época era de Charlone. Después paso a El Tiempo de Baldomir. Como veo que el diario se estaba acabando, porque su grupo político era muy chiquito y él ya no era nadie, en el ’46 me fui a El Diario.
¿Cómo se pasaba de un diario a otro?
En general me llamaban. En ese momento se había ido Bello y fueron a buscar a Suárez. Pero como Peloduro era de izquierda y el diario era de derecha, a Suárez no le gustaba dibujar ahí y, menos, hacer caricaturas políticas. Hizo muchos chistes que eran pensados por él, pero en el caso de las caricaturas ellos decían qué es lo que había que hacer. Entonces, Carlos Martínez Moreno sugirió mi nombre y me llamaron. En aquel momento ese diario funcionaba muy bien. Largué al otro, que se fundía, y enganché enseguida.
¿Qué dibujaba?
Allí se hacían caricaturas, pero el estilo que predominaba era el de “macacos” con versitos. Trabajamos juntos con Elbio Quintana Solari, que era de Paysandú, Martínez Moreno, José Mª. Peña, un periodista excepcional y Carlos Manini Ríos. Un día ellos se empezaron a ir: Manini a La Mañana, a Quintana Solari lo designaron embajador, Peña se jubiló y Martínez Moreno se fue. Me quedé solo, pero ya había aprendido a hacer versos. Siempre con el hecho noticioso del día. Era lo primero que la gente leía del diario. Además, ilustraba otras cosas como los suplementos y a veces me mandaban a hacer letras, cosa que nunca supe hacer muy bien. Los domingos salían unas páginas que se llamaban Montevideanas, donde tuve que crear un estilo propio. Se trataba de tomar diferentes aspectos de Montevideo. Dibujaba determinados espacios de la ciudad e inventaba chistes y situaciones. Todo eso me obligaba a unas definiciones plásticas bastante complicadas y complejas que tenía que simplificar. Era algo parecido a lo de Abín, que lo hacía tan bien. Eso me obligó a tener un estilo, cosa que yo no quería. El tener un estilo muy definido hace que todo se vuelva muy mecánico. Eso pasa con la historieta. Por eso nunca me gustó mucho la historieta, porque uno tiene que dibujar el personaje y es siempre lo mismo. El dibujo se transforma en algo muy repetido. Me gusta el dibujo improvisado. En la pintura, uno tiene otras posibilidades de ir enriqueciéndose y haciendo las mismas cosas, pero en forma distinta. Este es un tema clave para quien no quiere que se le peguen formas, que terminen en un dibujo prefabricado. Por ejemplo, Julio E. Suárez era muy hábil pintor. Yo le decía que tratara de cultivar la pintura porque un día iba a tener que dejar la caricatura y dedicarse a la pintura, ya que tenía tanta facilidad. Él me respondía que no, que este país uno tiene elegir entre ser pintor o ser dibujante. Y Peloduro quedó como un humorista periodístico muy rico, pero quedó en ahí. Y eso se pierde. Creo que lo que no muere es la pintura.
¿Ud. cree que el dibujo de prensa es efímero?
Sí. Se compra el diario, se lee, la gente festeja un poco, lo tira y chau, al basurero. Claro que hay excepciones. Las caricaturas de Sábat no van a morir nunca. Es como las caricaturas de Daumier o Toulouse Lautrec. Pero la de los dibujantes como yo tiene una vida muy corta. Las de Arotxa van a tener vida más larga que las mías.
¿Por qué?
Porque yo no soy genial. Hay caricaturistas muy buenos como Radaelli que el pueblo no los conoce o el mismo Julio E. Suárez. La muchachada de hoy no lo conoce y pregunta qué es Peloduro y quién era La Porota.
Fue una época de muchos caricaturistas.
Estaba Peloduro, muy amplio para el humor; tal vez el más creativo para hacer chistes. Después vino Sábat que era una cosa muy seria. Mario Radaelli, creo que había nacido Italia, un hombre muy gracioso, pequeño, de nariz grande. Otro muy bueno, de Acción, que se llamaba Alvarez. Tenía un dibujo muy afrancesado, muy bonito. Era funcionario del municipio y cometió la macana de firmar Alv. Como era un dibujo tan bueno y esa firma tan rara que la gente creía que lo levantaban de Europa. En Marcha hubo excelentes dibujantes y caricaturistas. Uno muy interesante, que era de Mercedes, Millot de apellido. Firmaba Millo, era muy divertido. Estaban Pacho, Loureiro y Mingo Ferreira que hacía unos dibujos excepcionales.
¿Siempre firmó Cent?
Generalmente, porque Centurión era muy largo. A veces firmé Salla, por Sallaverry, mi segundo apellido, otras Miller, que era el segundo apellido mi padre. La firma tiene que ser algo breve. Me acuerdo que le dije a Arotxarena que acortara el apellido y empezó a firmar Arotxa. En Marcha firmaba C.
Ud. me habla de la corta vida de las caricaturas, ¿por eso ahora pinta?
Justamente. El dibujo periodístico lo pasé a la pintura. El dibujo de diarios era una cosa impuesta, muy anecdótica, concreta en un momento. Fuera de ese tiempo pierde el sentido. Es como los chistes. Me ofrecieron publicar libros con chistes y yo me negué porque siempre estaban referidos a situaciones que, en otro tiempo, no se pueden explicar. Sólo algunos son intemporales. Por ejemplo hoy me gustaría hacer un chiste sobre la polémica entre Jorge Batlle y Tabaré Vázquez sobre si usan papelitos para hacer sus discursos. Dentro de diez años, quién se va a acordar a si la cosa era con o sin papelito.
¿Hoy sólo pinta?
Solamente. Basándome en mi memoria pinto recuerdos de juventud. Es una pintura autobiográfica. Una vez escuche a alguien decir que un filósofo era “el más autobiográfico” que existía. ¿Por qué? Porque el nuevo pensamiento existencial es una autobiografía. Se parte del yo para averiguar el ser y el ser es el origen. Mis temas son justamente los años ’30, Montevideo, Mercedes, Buenos Aires, mis orígenes.
Pero su yo, como Ud. dice, no sólo es el de aquella época. También es hoy, en 1999.
No, porque a la distancia es distinto. No sé por qué, pero cuando uno ve las cosas a la distancia le da un halo de poesía. Tal vez uno ve hoy, aquellas cosas, más hermosas de lo que fueron. Es una época que se extraña y que me gustaría vivir de nuevo. Es parte de una escuela de pintura. Los pintores van a lugares y no hacen apuntes. Traen las imágenes en su memoria. Uno es mucho más libre, más espontáneo, que si lo está copiando. Un poco es lo que yo hago. Alguien decía que la memoria del intelecto es muy frágil, en cambio la memoria del corazón esa no olvida nunca.
En un diarito, El Pueblo, de Mercedes. Era un diario blanco de un amigo de mi padre. Yo hacía caricaturas de los profesores y Manuel Pérez, hijo del director del liceo, que era compañero de clase, me pidió la caricatura del “Chivo Cuestas” que era profesor de literatura y lenguaje. La hice y se la dio a un señor Astorga, que después fue periodista de El Debate, que la hizo grabar en linóleo y la publicó. Le pusieron un versito que todavía me acuerdo. Decía “profesor de los mejores, con facultades sobradas, que merece los honores de toda la muchachada...” Y así salieron varias caricaturas. Con el tiempo empecé a mandar dibujos a El Bien Público.
¿Por qué a ese diario?
Porque un primo que vivía con nosotros se vino a estudiar a Montevideo, acompañado de un muchacho Arrieta. La hermana era novia de un tal Acuña muy vinculado a la Unión Cívica, que tenía mucho contacto con un gran periodista y poeta de San José, Ernesto Pinto. Un día le llevaron una carpeta con un montón de dibujos míos y los empezaron a publicar. Eran caricaturas de Chiarino y de dirigentes políticos de la época. Después vine a Montevideo y seguí publicando. Siempre gratis. Había que pagar derecho de piso, no había dónde aprender. No es como ahora que hay lugares donde se enseña. Antes no. Al tiempo, después de una huelga, me llamaron para dibujar, pero ahí ya me pagaron. Un gran sueldo: $ 20. Eran como veinte dólares de aquella época ¡Un sueldazo! Después, en 1935, pasé a Uruguay, el diario de Natalio Botana. Hacía caricaturas políticas y sobre todo reconstrucciones de crímenes. En un tiempo estuvo Pedro de Rojas, un español que hacía unas reconstrucciones espléndidas. Le daban los datos, le contaban algún detalle y armaba el dibujo. Nadie dibujó en Argentina como él.
¿Cómo llegó al diario de Botana?
Mi padre tenía un tambo en Florida que necesitaba clientes en Montevideo para colocar la leche. Una tía mía le salió a buscar a esos clientes por Pocitos. Tocó un timbre y la dueña de casa, de apellido Cash, le dijo que pasara –mi tía era muy elegante y sociable- ya que estaba tomando el té con una amiga. ¡Era la señora de Botana! Doña Salvadora Honrubia de Botana, que era escritora. Mi tía le dijo que tenía un sobrino que dibujaba. Doña Salvadora sacó una tarjeta y escribió: “Don Pedro de Rojas, dele trabajo al portador”. Fui al otro día y de Rojas me dijo “pase, siéntese acá y dibuje”. Tenía lápiz, papel, tinta y ya me quedé. Ese fue mi segundo trabajo. Mi jefe era Víctor Poggi, que dibujaba muy bien. Aprendí mucho con él y fuimos muy amigos. Era muy culto en pintura, sabía mucho de arte. En esa época llegó Torres García, que se rodeó de un grupo de pintores y dibujantes entre lo que estaba Poggi, que me contaba de las tertulias que se formaban en el taller. Todavía en mi memoria todavía tengo cosas que jamás he leído sobre Torres. Cosas por ejemplo como que “lo importante no es saber dibujar, lo importante es saber desdibujar, porque dibujar dibuja cualquiera, pero no todos pueden desdibujar. Figari y Barradas desdibujan, yo también”, decía el Maestro.
¿A qué se refería?
Era que con muy pocos trazos se podía hacer algo completo. Lo importante en un cuadro es la composición. Y es cierto. Una composición bien hecha salva cualquier cosa, hasta defectos del dibujo. Justamente Poggi tenía la escuela de un español, Macaya, que dibujaba en Caras y Caretas, con un dibujo muy simple, a veces no muy hábil, pero la composición era muy concisa. Era el rival de Alejandro Cirio, otro gran dibujante español que había en Buenos Aires.
¿Ud. a quién se parecía?
Nunca me gustó embanderarme. No me parecía a nadie. Los estudiaba a todos. Lo importante es saber decir “se acabó y ahora hago lo mío.” Esa época me vino muy bien porque yo era hábil para el dibujo, pero medio retorcido. Poggi me reclamaba que hiciera los dibujos simples. Desde esa época me ocupé más por la composición que por el dibujo mismo.
Luego cambia de diario.
Estuve en El Pueblo que había sido de Terra y en esa época era de Charlone. Después paso a El Tiempo de Baldomir. Como veo que el diario se estaba acabando, porque su grupo político era muy chiquito y él ya no era nadie, en el ’46 me fui a El Diario.
¿Cómo se pasaba de un diario a otro?
En general me llamaban. En ese momento se había ido Bello y fueron a buscar a Suárez. Pero como Peloduro era de izquierda y el diario era de derecha, a Suárez no le gustaba dibujar ahí y, menos, hacer caricaturas políticas. Hizo muchos chistes que eran pensados por él, pero en el caso de las caricaturas ellos decían qué es lo que había que hacer. Entonces, Carlos Martínez Moreno sugirió mi nombre y me llamaron. En aquel momento ese diario funcionaba muy bien. Largué al otro, que se fundía, y enganché enseguida.
¿Qué dibujaba?
Allí se hacían caricaturas, pero el estilo que predominaba era el de “macacos” con versitos. Trabajamos juntos con Elbio Quintana Solari, que era de Paysandú, Martínez Moreno, José Mª. Peña, un periodista excepcional y Carlos Manini Ríos. Un día ellos se empezaron a ir: Manini a La Mañana, a Quintana Solari lo designaron embajador, Peña se jubiló y Martínez Moreno se fue. Me quedé solo, pero ya había aprendido a hacer versos. Siempre con el hecho noticioso del día. Era lo primero que la gente leía del diario. Además, ilustraba otras cosas como los suplementos y a veces me mandaban a hacer letras, cosa que nunca supe hacer muy bien. Los domingos salían unas páginas que se llamaban Montevideanas, donde tuve que crear un estilo propio. Se trataba de tomar diferentes aspectos de Montevideo. Dibujaba determinados espacios de la ciudad e inventaba chistes y situaciones. Todo eso me obligaba a unas definiciones plásticas bastante complicadas y complejas que tenía que simplificar. Era algo parecido a lo de Abín, que lo hacía tan bien. Eso me obligó a tener un estilo, cosa que yo no quería. El tener un estilo muy definido hace que todo se vuelva muy mecánico. Eso pasa con la historieta. Por eso nunca me gustó mucho la historieta, porque uno tiene que dibujar el personaje y es siempre lo mismo. El dibujo se transforma en algo muy repetido. Me gusta el dibujo improvisado. En la pintura, uno tiene otras posibilidades de ir enriqueciéndose y haciendo las mismas cosas, pero en forma distinta. Este es un tema clave para quien no quiere que se le peguen formas, que terminen en un dibujo prefabricado. Por ejemplo, Julio E. Suárez era muy hábil pintor. Yo le decía que tratara de cultivar la pintura porque un día iba a tener que dejar la caricatura y dedicarse a la pintura, ya que tenía tanta facilidad. Él me respondía que no, que este país uno tiene elegir entre ser pintor o ser dibujante. Y Peloduro quedó como un humorista periodístico muy rico, pero quedó en ahí. Y eso se pierde. Creo que lo que no muere es la pintura.
¿Ud. cree que el dibujo de prensa es efímero?
Sí. Se compra el diario, se lee, la gente festeja un poco, lo tira y chau, al basurero. Claro que hay excepciones. Las caricaturas de Sábat no van a morir nunca. Es como las caricaturas de Daumier o Toulouse Lautrec. Pero la de los dibujantes como yo tiene una vida muy corta. Las de Arotxa van a tener vida más larga que las mías.
¿Por qué?
Porque yo no soy genial. Hay caricaturistas muy buenos como Radaelli que el pueblo no los conoce o el mismo Julio E. Suárez. La muchachada de hoy no lo conoce y pregunta qué es Peloduro y quién era La Porota.
Fue una época de muchos caricaturistas.
Estaba Peloduro, muy amplio para el humor; tal vez el más creativo para hacer chistes. Después vino Sábat que era una cosa muy seria. Mario Radaelli, creo que había nacido Italia, un hombre muy gracioso, pequeño, de nariz grande. Otro muy bueno, de Acción, que se llamaba Alvarez. Tenía un dibujo muy afrancesado, muy bonito. Era funcionario del municipio y cometió la macana de firmar Alv. Como era un dibujo tan bueno y esa firma tan rara que la gente creía que lo levantaban de Europa. En Marcha hubo excelentes dibujantes y caricaturistas. Uno muy interesante, que era de Mercedes, Millot de apellido. Firmaba Millo, era muy divertido. Estaban Pacho, Loureiro y Mingo Ferreira que hacía unos dibujos excepcionales.
¿Siempre firmó Cent?
Generalmente, porque Centurión era muy largo. A veces firmé Salla, por Sallaverry, mi segundo apellido, otras Miller, que era el segundo apellido mi padre. La firma tiene que ser algo breve. Me acuerdo que le dije a Arotxarena que acortara el apellido y empezó a firmar Arotxa. En Marcha firmaba C.
Ud. me habla de la corta vida de las caricaturas, ¿por eso ahora pinta?
Justamente. El dibujo periodístico lo pasé a la pintura. El dibujo de diarios era una cosa impuesta, muy anecdótica, concreta en un momento. Fuera de ese tiempo pierde el sentido. Es como los chistes. Me ofrecieron publicar libros con chistes y yo me negué porque siempre estaban referidos a situaciones que, en otro tiempo, no se pueden explicar. Sólo algunos son intemporales. Por ejemplo hoy me gustaría hacer un chiste sobre la polémica entre Jorge Batlle y Tabaré Vázquez sobre si usan papelitos para hacer sus discursos. Dentro de diez años, quién se va a acordar a si la cosa era con o sin papelito.
¿Hoy sólo pinta?
Solamente. Basándome en mi memoria pinto recuerdos de juventud. Es una pintura autobiográfica. Una vez escuche a alguien decir que un filósofo era “el más autobiográfico” que existía. ¿Por qué? Porque el nuevo pensamiento existencial es una autobiografía. Se parte del yo para averiguar el ser y el ser es el origen. Mis temas son justamente los años ’30, Montevideo, Mercedes, Buenos Aires, mis orígenes.
Pero su yo, como Ud. dice, no sólo es el de aquella época. También es hoy, en 1999.
No, porque a la distancia es distinto. No sé por qué, pero cuando uno ve las cosas a la distancia le da un halo de poesía. Tal vez uno ve hoy, aquellas cosas, más hermosas de lo que fueron. Es una época que se extraña y que me gustaría vivir de nuevo. Es parte de una escuela de pintura. Los pintores van a lugares y no hacen apuntes. Traen las imágenes en su memoria. Uno es mucho más libre, más espontáneo, que si lo está copiando. Un poco es lo que yo hago. Alguien decía que la memoria del intelecto es muy frágil, en cambio la memoria del corazón esa no olvida nunca.
Anáglifos
Otra pasión de Centurión son los anáglifos. Según el diccionario “es una obra tallada, de relieve tosco”. Para el artista “son esculturas chatas, figuras recortadas en cartón ancho, viruta prensada o fibra. Tienen su origen en la observación del arte precolombino. Si bien van colgadas en la pared, son esculturas porque tienen relieve, huecos y tienen pintura. Las hago desde los años ’60. Era la época del informalismo, en que la gente inventaba cualquier cosa. Es lo único que he hecho que no tiene como centro la figura humana. Son como dioses, bichos, formas abstractas. Hoy tengo problemas para encontrar los materiales adecuados”
* Entrevista inédita realizada en 1999.
* Entrevista inédita realizada en 1999.
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