Se amaban con frenética pasión;
ella era una ramera; él un ladrón;
cuando él fraguaba alguna fechoría,
se echaba ella en la cama, y se reía.Pasaba el día en huelga y sin afán,
y la noche en los brazos del galán;
cuando se lo llevó la policía,
del balcón lo miraba, y se reía.
Él, de la cárcel, le mandó decir
que no podía sin su amor vivir;
a un lado y otro lado ella movía
la cabeza fisgona, y se reía.
A las seis lo colgaron; al sonar
las siete, lo llevaron a enterrar;
cuando daban las ocho el mismo día,
ella se emborrachaba, y se reía.
Heinrich Heine (1797-1856) fue uno de los más destacados poetas y ensayistas alemanes del siglo XIX. Es considerado el último poeta del Romanticismo y al mismo tiempo su enterrador. Heine conjura el mundo romántico —y todas las figuras e imágenes de su repertorio— para destruirlo. Tras el enorme éxito cosechado por su temprano Libro de Canciones (1827), que conoció doce ediciones en vida del autor, da por agotada "la lírica sentimental y arcaizante, y se abre paso a un lenguaje más preciso y sencillo, más realista".2 A partir de entonces consiguió dotar de lirismo al lenguaje cotidiano y elevar a la categoría literaria géneros en aquel momento considerados menores, como el artículo periodístico, el folletín o los relatos de viaje. Además concedió al idioma alemán una elegante sencillez que este nunca antes había conocido. Heine fue tan amado como temido por su comprometida labor como periodista, crítico, político, ensayista, escritor satírico y polemista. Debido a su origen judío y a su postura política Heine fue constantemente excluido y hostigado. En 1831 se exilió en París, donde pasó sus últimos veinticinco años. Su actitud solitaria impregnó su vida, su obra y su recepción de ideas extranjeras. Heine sigue siendo hoy en día uno de los poetas del idioma alemán más traducidos y citados. Murió un día como hoy